Alberto.
Todavía no sé cómo pasó. El sentimiento fué
creciendo sin darnos cuenta. Nos
encontrábamos siempre muy a gusto juntos. Todo era sencillo y natural. Yo anhelaba
cada vez más estar con ella, hacer juntos un montón de cosas. Comprendí que era la persona que necesito a
mi lado para compartir la vida.
Tuve suerte, Cecilia sentía lo mismo.
La beca Erasmus la llevó hace unos meses a la
universidad de Bayreuth en Alemania. Este alejamiento forzoso nos ha unido
mucho más. Hablamos cada dia y los dos deseamos estar juntos.
Ya ha terminado sus estudios y justamente hoy
debía regresar, pero han cerrado el espacio aéreo en toda Europa. No hay vuelos
nacionales ni internacionales. Tampoco puede volver por tren o carretera. Hemos
de esperar a que acabe la cuarentena impuesta por los gobiernos para prevenir
la expansión del virus que se extiende por todo el planeta.
Es posible que se flete un avión para rescatar
a las personas que han quedado como Cecilia, aunque después tenga que estar
confinada, al menos estará aquí. La espera y la incerteza nos angustia.
No tenemos información más detallada y no sé
qué puedo hacer. Solo esperar y hablar con ella por videoconferencia para
tranquilizarnos mutuamente.
Estoy deseando abrazarla.
Desde mi ventana veo el callejón de enfrente
con su acera inclinada, la hierba creciendo entre las piedras, la humedad de
las paredes y en medio de la calle el gato gris de mi vecina sentado
tranquilamente ajeno a todo.
Tienen paciencia los gatos. Saben esperar. Está
claro que no soy como él porque estoy impaciente por estar con Cecilia.
En el instante en que podamos encontrarnos
cara a cara estoy seguro de que el mundo entero desaparecerá para nosotros.
Estaremos dentro de una burbuja transparente llena de ternura, armonía, ilusión
y felicidad.
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