diumenge, 30 d’agost del 2020

40 Desde mi ventana: Víctor



Víctor. 

Como siempre, recibimos los avisos y nos presentamos en el lugar para hacernos cargo del cuerpo de la persona fallecida. Pero ahora la situación es anómala.

Tengo 50 años y he trabajado toda mi vida en esta empresa. Mi abuelo fabricaba féretros, mi padre amplió la fábrica y añadió los seguros de decesos y yo continuo su labor.

Mis hermanos y yo jugábamos de pequeños al escondite en la nave donde mi abuelo tenía la exposición ¡Imaginad el escondite ideal para nosotros!

Una vez estaba solo y aburrido y me dormí dentro de una de las cajas aterciopeladas y blanditas, mi familia no me encontraba y alertaron al vecindario, todo el mundo me estaba buscando por los lugares más raros y lejanos, cuando desperté y salí de la fábrica, no comprendí qué estaba pasando, solo recuerdo a mi madre que primero me abrazó llorando hasta casi asfixiarme. Después vino la reprimenda, claro.

Para mí el nacimiento y la muerte forman parte de un ciclo natural. Lo he vivido desde la infancia.

Durante estos dias del covid, los avisos han sido constantes. Los viajes a hospitales o residencias eran diarios, lo que cambiaba era el escaso número de familiares y la falta del homenaje que se suele hacer en la despedida de un ser querido. Las normas de precaución son estrictas y se deben aceptar. No había flores, ni amigos, ni actos religiosos o sociales, ni discursos…

Todas las personas fallecidas han tenido un proceso y se han seguido los protocolos. Tengo las fichas de cada una de ellas, sin embargo, tengo un sentimiento extraño, un dolor especial que no había sentido antes de esta pandemia.

Ha quedado una urna sin que nadie la reclame. Es la de Elena.

No sé qué puede haber pasado. ¿No tenía familia? ¿La están buscando en otro lugar? ¿Vivía sola sin parientes ni amigos? Voy a investigar para resolverlo.

En su ficha dice que tenía 35 años y trabajaba cuidando a una anciana de 85. Llegó de un país al otro lado del Atlántico. Buscaré la agencia que la colocó y averiguaré si se lo han notificado a su familia. 

Desde mi ventana, me gustaría poder ver el paisaje rural de la casa de mi abuela, el monte, los prados, el rio y el camino lleno de lirios. De todas maneras, el paisaje urbanita que veo no está mal, la rotonda con la escultura moderna, los pinos, las flores y la fuente, lo único distinto es que siempre está a rebosar de tráfico y ahora no se ve a nadie.

 

 

39 Desde mi ventana: Roberto


 

Roberto.

Sé que me encontraba muy mal y que tenía mucha fiebre. Marina se quedó en casa con el bebé y yo me fui en taxi a urgencias al hospital porque no podía conducir. Pensé que me darían un tratamiento y volvería a casa enseguida. Sin embargo, me hicieron una PCR y me ingresaron en la UCI.

A partir de ahí ya no recuerdo nada más.

Cuando de nuevo tuve conciencia, me encontré en una cama sin poder moverme rodeado de aparatos extraños y tubos por todas partes. Las personas que se me acercaban vestían de manera rara, no habitual. No sé si fue el efecto de los sedantes, y os podéis reír si queréis, pero lo primero que pensé era que, aunque jamás lo había creído, existían los extraterrestres y a mí me habían abducido. Me entró el pánico y quise levantarme, pero mi cuerpo estaba como pegado a la cama. Apenas tenía fuerzas para mover un dedo. 

Cuando iba a gritar pidiendo ayuda se me acercaron y a través de aquella vestimenta pude ver sus ojos como los míos y su cara sonriente. Aquello no cuadraba con una situación de peligro. Me llamaban campeón y valiente, aunque yo no tenía ni idea de por qué.

Parece ser que estuve en coma inducido 95 dias a causa del covid 19. Cada vez que parecía que mejoraba surgía una nueva complicación, neumonía, insuficiencia renal y fallos cardiacos fueron los más graves. Estuve a punto de decir adiós a este mundo unas cuantas veces, pero parece que no tenía prisa por marchar y me recuperaba de nuevo.

No quiero pensar como lo pasó Marina, con el bebé, sola en casa, sin poder estar conmigo y pendiente en todo momento del teléfono, un dia y otro dia, y yo sin enterarme de nada.

Los extraterrestres del hospital se convirtieron en amables sanitarios que se desvivían por mí. Jamás les podré agradecer su trabajo como merecen.

Ahora estoy en planta. Cuando me den el alta y vuelva a casa seguiré luchando con todas mis fuerzas por seguir adelante.

Desde mi ventana solo veo la luna y las estrellas durante la noche, el azul del cielo y alguna nube durante el dia. No sé a qué altura estoy del hospital, creo que en la planta 9.

Estoy dispuesto a colaborar en cualquier cosa que necesiten de mi para investigar y salvar vidas.

Me he perdido tres meses de la vida de mi hijo, pero podría haber sido mucho peor.

¡Viva la vida!

38 Desde mi ventana: Sonia



Sonia. 

Desde que nació nuestro segundo hijo, las cosas comenzaron a ir mal. Nos pasábamos el dia discutiendo, siempre de mal humor. Todo nos iba alejando poco a poco casi sin notarlo. El autismo de Marc dificultaba nuestra relación, sencillamente su padre no lo pudo aceptar. La dedicación exclusiva y constante que necesitaba lo superó.

Ahora tiene 8 años y aunque yo me siento con fuerzas para seguir adelante, su padre no. La situación ha llegado a ser tan complicada que hemos preparado los papeles de la separación y justo ahora nos llega esto. El confinamiento.

Los dos niños que atender, las necesidades especiales de Marc, el teletrabajo, el poco espacio del piso y nuestros continuos reproches, no favorecen este encierro obligatorio.

Esto se está convirtiendo en un infierno. Mis hijos están sufriendo las consecuencias de la mala relación. No sé cómo voy a resistir.

Ayer bajé a tirar la basura, me llevé a Marc conmigo para que se moviera un poco porque estaba muy alterado. Cuando llegué a la esquina oí gritos desde una ventana, no sabía qué estaba pasando hasta que comprendí que me estaban insultando, primero una y luego docenas de personas desconocidas. La rabia que transmitían era terrible. Si hubieran estado cerca, estoy segura de que me habrían agredido no solo con la palabra. Tuve miedo. Al llegar a casa me puse a llorar.

¿Qué está pasando? ¿Nos estamos volviendo inhumanos? ¿De dónde sale tanto odio?

No tengo superpoderes, esta situación me está agotando, pero sé que tengo que salir adelante, he de hacerlo.

Desde mi ventana veo la avenida con los coches aparcados, el carril bici vacío, los bares cerrados, la autoescuela sin ningún movimiento, la grúa y las obras paradas, solo los semáforos continúan su encendido y apagado monótono para dirigir una circulación inexistente.

Algunas veces, por la noche, cuando todos duermen, me quedo mirando como cambian los colores, rojo, verde, ámbar, rojo, verde, ámbar… respiro hondo y me imagino volando sobre los tejados de la ciudad. Luego camino despacio hacia la habitación donde descansan mis hijos.

Me acurruco a su lado como un gato y espero que llegue un nuevo dia.

37 Desde mi ventana: Alberto



 Alberto.

Todavía no sé cómo pasó. El sentimiento fué creciendo sin darnos cuenta.  Nos encontrábamos siempre muy a gusto juntos. Todo era sencillo y natural. Yo anhelaba cada vez más estar con ella, hacer juntos un montón de cosas.  Comprendí que era la persona que necesito a mi lado para compartir la vida.

Tuve suerte, Cecilia sentía lo mismo.

La beca Erasmus la llevó hace unos meses a la universidad de Bayreuth en Alemania. Este alejamiento forzoso nos ha unido mucho más. Hablamos cada dia y los dos deseamos estar juntos.

Ya ha terminado sus estudios y justamente hoy debía regresar, pero han cerrado el espacio aéreo en toda Europa. No hay vuelos nacionales ni internacionales. Tampoco puede volver por tren o carretera. Hemos de esperar a que acabe la cuarentena impuesta por los gobiernos para prevenir la expansión del virus que se extiende por todo el planeta.

Es posible que se flete un avión para rescatar a las personas que han quedado como Cecilia, aunque después tenga que estar confinada, al menos estará aquí. La espera y la incerteza nos angustia.

No tenemos información más detallada y no sé qué puedo hacer. Solo esperar y hablar con ella por videoconferencia para tranquilizarnos mutuamente.

Estoy deseando abrazarla.

Desde mi ventana veo el callejón de enfrente con su acera inclinada, la hierba creciendo entre las piedras, la humedad de las paredes y en medio de la calle el gato gris de mi vecina sentado tranquilamente ajeno a todo.

Tienen paciencia los gatos. Saben esperar. Está claro que no soy como él porque estoy impaciente por estar con Cecilia.

En el instante en que podamos encontrarnos cara a cara estoy seguro de que el mundo entero desaparecerá para nosotros. Estaremos dentro de una burbuja transparente llena de ternura, armonía, ilusión y felicidad.

36 Desde mi ventana: Laia



Laia. 

El terrible dolor de cabeza me duró tres dias. Después ya fue más soportable, pero empezó la tos y la dificultad para respirar. Creí que era un resfriado fuerte. Aunque ya había oído hablar del virus, no imaginé que tuviera nada que ver conmigo. Pensaba que no había estado en ningún sitio de riesgo y todavía no se habían tomado las medidas oficiales de confinamiento.

El primer dia que me sentí mal no pude ir a trabajar, eso evitó que yo transmitiera la enfermedad a mis compañeras y a los alumnos.

El dolor del pecho, y la sensación de no poder respirar se hacían cada vez más agobiantes. La tos no me dejaba dormir. Cada dia estaba más agotada y la avalancha de noticias que se oían en todos los canales de televisión me abrumó.

Cuando supe que la mayoría de mis amigos también estaban como yo, me entró el pánico. Tuve la certeza de que todos nos habíamos infectados con el Covid 19. No llego a comprender cuándo ni dónde pudo ser, pero efectivamente así fué.

Marina llegó a estar ingresada en el hospital bastante grave. Yo pasé la enfermedad en casa con grandes dificultades, a cientos de kilómetros de mi familia, sola y asustada.

El equipo médico del centro de salud que me atendió fué estupendo, les estoy muy agradecida. Me llamaban todos los dias, me daban pautas a seguir, indicaban la medicación que debía tomar y me animaban. Sabía que estaban ahí al otro lado del teléfono para todo lo que necesitara. Desde ese instante no me sentí nunca sola.

Pasé a formar parte de los miles de pacientes que se contabilizaban como infectados en todo el país.

Mi madre me llamaba continuamente por videoconferencia, pero no podía hacer nada por mí. Solo esperar que me recuperara. 

Desde mi ventana puedo oír los aplausos, las canciones y las palabras de ánimo de los vecinos.

Estoy mejor pero no tengo fuerzas ni para asomar la cabeza.

35 Desde mi ventana: Carme



Carme. 

Nadie pudo asistir.

Las magníficas obras de la exposición estaban ya colocadas en su lugar esperando a los amantes del arte que acudirían a visitar la galería.

El domingo 15 de marzo de 2020 no se hizo la inauguración. No hubo parlamentos, ni coctel de bienvenida.  Ni abrazos de reencuentro, ni saludos alegres. Tampoco las miradas de admiración o complicidad, de asombro o de alegría ante los cuadros. No se escucharon los susurros apagados de las voces con sus comentarios más o menos acertados, ni la música suave del ambiente.

En la sala solo hubo soledad, silencio y un gran vacío.

El confinamiento decretado para frenar y controlar el covid 19 lo paralizó todo.

Organizar una exposición supone un gran esfuerzo, ya que además del trabajo de investigación previo, hay que gestionar, supervisar y dirigir muchas cosas. Cuál va a ser el tema clave, contactar con los artistas, marcar las bases, proponer tiempos de entrega de las obras, hacer la ficha técnica, preparar el catálogo, ver la sala de exposición, revisar los seguros, la temporalización, desembalar las obras, planificar la ubicación adecuada de cada pieza, contactar con la prensa, preparar el discurso de bienvenida…

Varios meses de trabajo se han quedado en nada. El desaliento me pesa, pero he de actuar, hacer alguna cosa. Ante los problemas se puede huir, no hacer nada o marchar hacia adelante. Yo siempre prefiero ir hacia adelante.

Desde mi ventana veo las gotas de lluvia resbalando por el vidrio, los charcos en el suelo de la terraza, los geranios doblegándose por el peso del agua, el jardín lleno de hojas recién caídas y los gatos acurrucados en su rincón favorito. Estoy en un lugar tranquilo que me ayuda a pensar.

Voy a ponerme en contacto con expertos para ver cómo podemos hacer una grabación de las obras y la sala, para ofrecer al público una visita por internet.  

Será una exposición virtual. No tendrá el calor que supone el contacto humano, pero al menos se podrá disfrutar desde casa.

Yo pasearé también por la sala solitaria y silenciosa pero llena de magia, vida y color.

 

34 Desde mi ventana: Miguel



Miguel.

Hoy he patrullado por las calles, como siempre desde que empezó todo.

Mis vecinos esperan la novedad del dia porque cada noche intento hacer algo diferente que les haga sonreír. Pienso sobre todo en los niños y niñas, en las personas que viven solas y en los ancianos.

El primer dia que se me ocurrió hacer algo fué simple, puse a todo volumen la sirena y encendí las luces azules del coche patrulla mientras pasaba por las calles llenas de gente aplaudiendo y saludando desde la puerta de su casa o de los balcones.

A los niños les encantó y a los mayores también.

Otro dia, con un megáfono, puse la canción “Resistiré” que todo el pueblo canta y reconoce como el himno de este confinamiento.

El dia que la señora Lola cumplió 85 años, le llevamos una tarta. Se la entregamos por el balcón y le cantamos “cumpleaños feliz” todos los vecinos. Lola no se lo esperaba. Se emocionó. Nosotros también.

Hay una canción infantil que a mis hijos les encanta. Puse la banda sonora en el altavoz e invité a los niños para que la cantaran y bailaran conmigo. Tuve que repetir esto en muchos cruces de calles. Acabé agotado pero feliz. Los niños y la gente del pueblo también.

Siento el buen rollo y el cariño de mis convecinos. Como policía municipal ayudamos en todo lo que podemos.

Solo tuve que amonestar y hacer entrar en razón, al principio de esta situación de alarma, a una persona que se negaba a cumplir las normas. Alegaba que tenía 83 años y el bicho ya no le podía hacer nada. Aquí en el pueblo lo conocemos todos y sabemos que es un poco cabezota. Me costó hacerle entender que era justo todo lo contrario y que nos ponía en peligro a todos.

Desde mi ventana, cuando acabo el trabajo, miro la fachada de enfrente. Es la casa de una familia de antiguos comerciantes locales. Tiene dos plantas, en cada una de ellas tres balcones con adornos y remates blancos, guirnaldas de hojas y flores, toda ella de estilo modernista. Estas casas son el recuerdo de otra época.

Ahora estamos en un momento difícil, pero estoy seguro de que resistiremos y ganaremos.

Voy a pensar en lo que haré mañana cuando patrulle. Tal vez algo con globos de colores.

Se me ocurre que podría …

 

33 Desde mi ventana: Alicia


 

Alicia.

Mi madre es una heroína.

Ella dice que yo también lo soy. Que formo parte de su equipo por haberla apoyado durante todo este tiempo.

Me explica que todo el personal del hospital, incluida ella, puede trabajar mucho mejor sabiendo que sus hijos los comprenden y ayudan.

Cuando llega a casa agotada, sin ganas de hablar y a veces muy triste, no le hago preguntas. La dejo tranquila y espero que se ponga la ropa cómoda y se siente en el sofá. Entonces me acerco y sin decir nada le acaricio la cabeza con mis manos, ella cierra los ojos y deja que mis dedos se muevan entre su pelo suavemente. Le encanta. A mí me gusta su sonrisa cuando me mira.

Me duele mucho su ausencia y me gustaría que estuviera más tiempo conmigo, pero sé que ahora hay una urgencia médica grave y ella tiene que salvar vidas y trabajar para controlar al virus.

He tenido que quedarme sola en casa muchas veces. Siempre le digo que no se preocupe. Sé que no puedo salir a la calle. Me gusta leer, dibujar y ver la tele. Hago los deberes y después de cenar sabe que me voy a la cama.

Unos vecinos le dejaron una nota en la que se ofrecían para traerle la compra a casa y lo han hecho algunas veces. Son gente estupenda.

Desde mi ventana se ven muchos arco iris dibujados en tela colgando de los balcones, también globos de colores y corazones. La parada del tranvía está vacía, hay pocas personas en la puerta del supermercado, y un señor pasea a su perro.    

Me gustaría mucho poder ver a mis amigas y a mi abuelo. Hace casi dos meses que estamos sin poder salir y he de confesar que este confinamiento a veces se hace largo y aburrido.

Los aplausos y el cariño ayudan a seguir adelante.

Yo solo quiero recuperar a mi madre.

32 Desde mi ventana: Dani



Dani. 

Estamos en casa, confinados, sin poder salir hace más de 40 dias. Nunca hubiera imaginado que, en estas circunstancias, tan dramáticas para mucha gente, llegaría a estar tan feliz.

Esta parada inesperada de la vida me ha regalado algo que apenas tenía. Tiempo.

Ana tiene cinco meses. Estoy completamente loco con ella. No tenía ni idea de lo que se podía sentir al ser padre de una personita tan dulce. Ahora vivo en el planeta Ana, en una galaxia que existe únicamente dentro de nuestra casa.

Mi vida, como la de mucha más gente, ha dado un vuelco, pero me ha servido para darme cuenta de lo verdaderamente importante.

La alarma decretada por este virus tan agresivo obliga a todo el mundo al aislamiento social y ahora es imposible trabajar. Hemos cerrado la agencia temporalmente.

No puedo practicar el kitesurf como suelo hacer habitualmente. Sentir la libertad cuando el viento y las olas te empujan hacia el cielo. No importa. Ya volveremos al mar de nuevo y Ana vendrá conmigo. 

También aprovecho para organizar papeles, albaranes, facturas, revisar equipos y reorganizar la página web de contacto para los futuros clientes.

Desde mi ventana, se ven las paredes blancas de las casas vecinas llenas de buganvilla, mimosa y hiedra.

En el patio de casa, bajo la parra, he colgado una hamaca. Tomo a mi pequeña en brazos y la coloco sobre mi pecho. Meciéndonos suavemente y tocando la armónica, se queda dormida.  

No puedo estar mejor en ningún otro lugar.

31 Desde mi ventana: Cecilia



Cecilia.

En el laboratorio llevamos un ritmo de trabajo frenético.

Tubos de ensayo, placas de Petri, microscopios, portaobjetos, pipetas, probetas, tubos capilares, centrífugas, y ordenadores, son elementos imprescindibles que siempre hemos utilizado pero que se han convertido estos dias en instrumentos de esperanza. 

Vamos contra reloj.

La investigación se ha intensificado. El objetivo prioritario es encontrar la manera de parar el virus Covid 19. Encontrar una vacuna que permita controlar esta pandemia universal y erradicarla.

No es tarea fácil. Las cosas requieren tiempo y justamente eso es lo que no tenemos. Somos muchas las personas en todo el mundo que estamos trabajando para conseguirlo y sé que antes o después lo lograremos.

Compartimos información y avances con científicos y científicas de otros países. Si trabajamos conjuntamente, si cooperamos, todo será mucho más fácil.  Pero hay gobiernos que presionan a sus investigadores para conseguir la vacuna antes que nadie. Quieren ser los primeros en encontrar el tratamiento, como si fuera una carrera en la que hay que llegar a pódium y conseguir la medalla de oro. Me parecería bien si la finalidad de ganar fuera altruista y no para tener el royalty de su comercialización. Eso me parece indignante.

Supongo que el sentido común y la concienciación de que somos una única especie en este planeta hará que todas las personas tengan derecho a la vacuna y no solo las que la puedan comprar. Al menos yo trabajo con esa finalidad.

Cuando llego a casa sigo repasando datos, escribiendo notas y pensando estrategias que comentaré al dia siguiente. Luego busco un poco de tranquilidad. Lleno la bañera, dejo la luz suave y música relajante.

Desde la ventana de mi pequeño estudio, veo la gran explanada, completamente vacía, de la antigua estación de ferrocarril que funcionó más de un siglo y que ahora se ha convertido en la cabecera del trayecto de las líneas del tranvía. El edificio sigue en pie, al fondo, silencioso.

El sol se pone y yo dejo libre mi pensamiento siguiendo las volutas de humo de mi taza de café.

30 Desde mi ventana: Carlos



Carlos. 

Desde mediados de marzo esto es un no parar.

No tengo ni un minuto de sosiego.

Entran y salen constantemente equipos de urgencias con enfermos a los que hay que diagnosticar y ubicar. No paro de recorrer pasillos empujando camas y sillas con ruedas para dejarlos en el lugar que les corresponde, UCI, boxes, planta… trasladando de un lugar a otro a todo tipo de pacientes, la mayoría ancianos, pero también gente joven.

Soy de complexión fuerte, pero os aseguro que no he tenido nunca un cansancio físico y mental tan grande como este en todos los años de mi vida como celador en el hospital. Y no soy el único que siente lo mismo.

Los equipos médicos están desbordados y agotados. Ha sido necesario un cambio drástico en la estructura y organización del centro hospitalario para acoger todos los nuevos casos que nos llegan con síntomas de Covid 19.

Se han suspendido muchas consultas externas, pruebas médicas y operaciones quirúrgicas. A los enfermos que han de seguir tratamientos contra el cáncer, diálisis u otras patologías graves, teniendo en cuenta su vulnerabilidad, se les ha habilitado zonas del hospital alejadas del contacto con el virus.

El equipo de protección que debemos llevar dificulta el trabajo. Sudo un montón, pero pienso que lo tienen mucho peor los equipos médicos.

Intentar poner una vía en las venas de una persona llevando dos pares de guantes y mascarilla, sin el tacto y la visión necesaria para hacerlo, es un reto constante.

Conozco a varias enfermeras que tienen la cara enrojecida, con marcas y heridas serias en la piel por las gafas de aislamiento y el sudor continuo.

Además, está el miedo constante a contagiarnos y contagiar a la familia. Tengo una pequeña de cinco años, y en cuanto llego a casa quiere que juegue con ella, enseñarme el dibujo que ha hecho o los trabajos del cole, pero sabe que ha de esperar a que me cambie totalmente, me duche y use el gel hidroalcohólico. Toda precaución es poca.

Desde la ventana del hospital, veo un constante goteo de gente que, como yo, se expone continuamente, la mayoría sanitarios y personal de limpieza y mantenimiento, policía, bomberos, reponedores de alimentos, personas fumigándolo todo, ambulancias, coches fúnebres… pero también personas a las que se les ha dado el alta y que, sonrientes bajo la mascarilla, nos saludan con la mano mientras suben al coche que las llevará a casa.

Se despiden felices y agradecidas.

Eso me hace seguir adelante.

29 Desde mi ventana: Nuria



Nuria. 

Hoy les contaré el cuento de la rana que quería volar.

Mañana prepararé la canción del arco iris. Estoy segura de que les va a gustar.

Les recitaré el pequeño poema del caracol: “El caracol bosteza, se estira, se despereza. Saca un ojo y ve una flor. Estira el otro y tropieza. Lo esconde rápidamente. La flor sonríe prudente”. Y este otro también: “El caracol va mojando con la baba su camino y detrás se va quedando un hilo de plata fino”.

Necesito contar, recitar, cantar, reír y mostrar a los pequeños que la vida es preciosa. Un regalo.

Preparo la cámara, enfoco bien. A mi alrededor coloco los objetos que necesitaré ir mostrando para ilustrar la historia de hoy, peluches, libros, imágenes, láminas, sombreros, abanicos, paraguas, cestas, pelucas, mil y un cachivache que pueda servir para llamar su atención.

Son pequeños y no entienden lo que está pasando. No van a la escuela, no salen de casa, no juegan en los columpios. No saben nada del virus que invade el planeta en este abril 2020.

La escuela y las familias están desbordadas. Mi idea es ayudarlas en su tarea. Me consta que las maestras trabajan duro para salir adelante y las familias también.

Soy cuentacuentos y sé que puedo aportar mi granito de arena con los pequeños videos que estoy preparando.

Desde mi ventana puedo ver al fondo las montañas azules. Detrás de ellas sé que está el mar.  Tengo ante mi vista un pedazo enorme de cielo, nubes blancas y golondrinas revoloteando. Los tejados de las casas del pueblo y la cúpula de la iglesia. Puedo dejar volar la imaginación y entrar en las casas de los pequeños para susurrarles que todo va a ir bien.

¡Vamos a cantar, a reír y a jugar!

 

28 Desde mi ventana: Javier



Javier.

He apartado los muebles del salón para tener suficiente espacio.

La cámara de video ya está preparada para grabar.

La música lenta comienza a sonar y nuestros pies juntos, inmóviles, se preparan para el diálogo. Primero lentamente, avanzando, retrocediendo, entrelazándose, dando giros suaves y volviendo a quedar juntos frente a frente.

Hemos tenido que cerrar la academia temporalmente. La pandemia de Covid 19 ha obligado al país entero a quedarse en casa. Maria y yo seguimos bailando en el salón. El baile forma parte de mi vida. Es importantísimo para mí.

Desde mi ventana veo las farolas de hierro y los balcones con macetas de mi estrecha calle. El sol apenas entra un momento por las mañanas. Es un lugar tranquilo, poco transitado. Ahora desde luego, solitario.

En el pueblo, la casa de mi infancia me espera.

El prado con su nogal y la mesa rústica de madera bajo sus ramas. La pequeña alberca donde me bañaba de niño, y el aire limpio con olor a hierba.

Si lo hubiera sabido antes habría pasado allí el confinamiento. Hablan de que habrá fases de desescalada en las que ya se podrá circular de nuevo.  En cuanto pueda iré al pueblo.

Bailaré con los pies descalzos sobre la hierba.

 

27 Desde mi ventana: Paqui



Paqui.

Carolina acaba de nacer. La estábamos esperando todos con muchísima ilusión.

Parece mentira que me haya convertido en abuela. Todavía me cuesta creerlo.

La primera nieta.

Desde que Susana nos dijo que iba a ser madre y nosotros abuelos, hemos estado como en una nube. El resultado de las ecografías y revisiones ginecológicas, el seguimiento del embarazo con las preocupaciones y las alegrías lógicas, han sido un tema importante durante estos meses.

Estaba mentalizada para esperar, pero ahora que ya ha nacido y no sé cuándo podré tenerla en mis brazos el tiempo se me hace largo.

Todavía no sabemos cuándo acabará esto. Estamos en abril y la alarma de confinamiento parece que se alargará un poco más.

Puede que sea egoísta. Seguro que habrá gente con problemas mucho mayores que conocer a su primera nieta. ¡Pero es que estoy deseando tanto verla a ella y abrazar a mi hija!

No dejo de pensar en las dificultades de muchas familias, pero soy positiva y estoy segura de que todo se arreglará.

Las videoconferencias me ayudan un poco a ser más paciente. Puedo ver su carita de ángel y la felicidad de mi hija y su pareja. Esperaré.

Desde mi ventana se ve la pequeña cala rodeada de pinos y el acantilado en el que anidan las gaviotas. Solemos ir a pasear en invierno y a bañarnos en verano. En cuanto podamos nos bañaremos aquí con ella.

 Dos barcas de pescadores están varadas en la playa. No pueden salir a faenar por ahora.

Los hospitales siguen estando saturados y el peligro de contagio continua, pero pasará. Todo esto pasará. Y volveremos a abrazarnos y estar juntos.

La vida es así unos llegan y otros se van, pero hemos de continuar hacia adelante, siempre adelante.

¡Bienvenida Carolina!

26 Desde mi ventana: Anselmo


 

Anselmo.

Y el planeta se paró. Pero los tomates seguían creciendo y las cabras dando leche.

Decían que no se podía salir de casa para nada. Solo a la compra, a por medicamentos o a tirar la basura.

Ya me gustaría ver a los listillos que hablan solo para la gente de la gran ciudad.

Mis cabras tienen que comer sí o sí y ordeñarse todos los dias. Si la cuadra está a un km de mi casa, tendré que ir. Hablaré con quien sea, pero yo tengo que ir al monte.

Lo mismo con los tomates y las patatas, puedo ir a la tienda del pueblo a comprarlos, pero no puedo ir a mi huerta que la tengo mucho más cerca, a 500 metros, justo detrás de mi casa.

De locos, esto es de locos.

Comprendo que lo que está pasando en el mundo es muy grave, pero yo me estoy comiendo las manos de ver que todas las medidas de seguridad se hacen pensando en la gran ciudad. No puedo ir a trabajar, ni vender la leche, ni sacar a las ovejas al campo para que coman hierba fresca, pero tengo que ordeñarlas ¡es imprescindible! Aunque tenga que tirar toda la leche porque no tengo forma de almacenarla.

Espero que pronto se puedan llevar los quesos, al menos no todo serán pérdidas.

 Desde mi ventana veo el prado, los montes y las nubes que amenazan lluvia.

A mí el agua no me molesta, pero que a los ganaderos se nos vea como a gente de segunda, sí. Agricultores y ganaderos somos imprescindibles.

No sé si ahora se darán cuenta. 

25 Desde mi ventana: Yolanda



Yolanda.

No salgo para nada de la casa.

Intento quedarme en la habitación el máximo tiempo posible.

Solo voy a la cocina a preparar el desayuno, la comida o la cena y estoy el tiempo justo. Limpio cuando creo que voy a molestar lo mínimo. Todo debe estar a su gusto y a punto. Evito cualquier motivo que le pueda servir de excusa.

Se pasa el dia viendo la tele tumbado en el sofá.

A veces me da algo de dinero para que compre comida y sobre todo cerveza, eso que no falte. Es el único momento en el que salgo a la calle, pero apenas se ve gente. Hago las compras rápidamente. No hablo con nadie.

En el pueblo se tiene miedo al virus. Yo le tengo mucho más miedo a él. Mi familia y amigos no saben nada de lo que me pasa. Es tan simpático y agradable con los demás que no imaginan el monstruo que lleva dentro.

Yo sí.

Llevamos confinados desde marzo y todavía no se sabe cuándo acabará. Cada dia está más furioso, agresivo y hostil. Evito estar cerca, sé que va a descargar su ira conmigo. No puedo ir a ninguna parte.

Estoy atrapada.

Desde mi ventana veo, sobre el poste de la luz, el nido de las cigüeñas vacío. Las que lo suelen usar deben estar todavía en África, pero no tardaran en llegar.

A mí me gustaría ser un ave, desplegar mis alas y volar lejos, muy lejos.

Donde él nunca me encuentre. 

24 Desde mi ventana: Alex

 



Alex.

Por favor, que no se cuelgue el programa del ordenador otra vez o lo reviento de una patada. La quinta vez que intento enviar el trabajo al tutor. Se acaban los plazos y no consigo contactar con él. La plataforma de la universidad está sobresaturada. Parece que nos conectamos demasiada gente a la vez y el acceso se bloquea.

De mi proyecto ya he preparado el resumen sobre impacto ambiental, los aspectos positivos y negativos en el ámbito socioeconómico y cultural, la posibilidad de conseguir un desarrollo sostenible de los recursos. He hecho el balance de ventajas y desventajas y qué leyes se han de tener en cuenta para realizar el proyecto. Tengo algunas dudas que necesito comentar en la tutoría, pero no hay manera. La conexión no funciona.

Estoy, como todo el mundo, sin poder salir por lo del Covid y eso me ha ayudado a concentrarme y adelantar el trabajo. La cafeína también. Mi beca está en juego y necesito aprobar sí o sí. Estoy nervioso y preocupado. No existen las fiestas y juergas tópicas de la vida de estudiante. Ahora son codos, insomnio y un montón de horas estudiando y tecleando.

Desde mi ventana se ve muy bien la estrecha calle en la que ahora vivo. Está llena de grafitis. El muro de una vivienda derruida, las persianas cerradas del bar, la pared de la esquina de la calle y la tapia del solar son cuadros pintados por artistas callejeros. A mí me gustan. Sobre todo, el del bosque. También se ven las bicis aparcadas y los bancos vacíos.

Voy a intentar de nuevo la conexión a ver si por fin puedo enviar el trabajo.

Trabajar on line no está mal, pero el contacto directo con las personas es insustituible.


23 Desde mi ventana: Elena


 

Elena.

Vino a trabajar. Dejó en su país al pequeño de ocho años con su familia y cruzó el océano. Sola.

Los sentimientos de una persona cuando se encuentra lejos de su casa, familia y amigos, en un lugar desconocido y muchas veces nada acogedor, solo la conocen realmente quienes han tenido que emigrar por necesidad.

Después de dos experiencias muy duras en otros trabajos, tuvo suerte. Encontró a Carmen por medio de una agencia. La anciana de 85 años vivía sola. Era completamente independiente, apenas tenía achaques y lo único que necesitaba era compañía. Elena vivía con ella. Limpiaba la casa, hacia la compra, preparaba la comida, salían juntas a dar un paseo, incluso alguna noche la acompañó al teatro. Se necesitaban la una a la otra, por distintos motivos. Carmen estaba bien cuidada y acompañada, Elena podía enviar todos los meses gran parte de la paga a su familia.

No se supo donde ni cómo pudo contagiarse Carmen. Tuvo que quedarse ingresada en el hospital y al poco tiempo falleció. Elena también. Ella tenía 35 años.

Un virus desconocido llegado de la China empezaba a hacer estragos, el Covid 19. Las dos mujeres están en la lista de las primeras víctimas que se empezaron a contabilizar. Luego fueron muchas más.

Solo fui su amiga unos meses. Nos veíamos algún fin de semana. No sé qué ha pasado con su funeral. Supongo que cuando salgamos del confinamiento podré averiguarlo.

Desde mi ventana oigo las sirenas de las ambulancias.


22 Desde mi ventana: Fernando

 


Fernando.

He terminado el recorrido por hoy.  No me he tenido que preocupar del tráfico. Iba prácticamente solo por las avenidas completamente vacías. Me he cruzado solo con algún vehículo de la policía y tres ambulancias. Por las estrechas calles del barrio tampoco circulaba nadie.

La emergencia alimentaria, que ya era evidente antes de la pandemia, se ha mostrado mucho más dura ahora. En las últimas dos semanas hemos atendido aproximadamente a 90 familias. Hoy llevaba cerca de 100 kg de alimentos, entre comida preparada, fruta y verdura.

Antes del confinamiento solían pasar por el comedor social personas sin hogar o con escasos recursos, algunas venían de barrios bastante lejanos, pero ahora, además, se ha de atender a un nuevo grupo de gente. Al no poder salir de sus casas hemos de llevar la comida nosotros, los voluntarios. Suelen ser familias con niños, que se han quedado sin trabajo, o están en un ERTE, y que ya tenían un nivel económico bajo.

Muchas de ellas trabajaban en hostelería, construcción, servicio de limpieza doméstica o eran autónomos en pequeñas empresas familiares y ahora se han de quedado sin recursos.

El ayuntamiento y los servicios sociales se han preocupado por reubicar a los sin techo que solían recoger los alimentos en nuestro centro.

Cuando reparto comida a las nuevas familias, no puedo evitar notar esa especie de vergüenza social que sienten cuando se ven obligadas a hacer uso de las ayudas para poder comer. Intento quitarle dramatismo. Les hablo con toda la amabilidad que puedo, incluso gasto alguna broma.

Alguien me dijo un dia que tenía que elegir entre alquiler o comida y que jamás habría pensado que se vería en esa situación. Es muy duro oír eso y pensar que le puede pasar a cualquiera.

Desde mi ventana miro la magnífica puesta de sol sobre los tejados de la ciudad y trato de no pensar en lo dura que es la vida. Pero por difícil que sea hemos de ir hacia adelante siempre.

Saldremos de esta juntos.


21 Desde mi ventana: Feli


 

Feli.

Esta mañana, el policía me ha parado en el cruce. Me ha recordado que está prohibido circular, solo hay algunas excepciones, como las ambulancias o los reponedores de alimentos.

Al preguntarme a dónde iba, he estado a punto de quitarme la peluca, enseñarle mi cabeza pelona y preguntarle a su vez: ¿usted qué cree? Pero en lugar de eso le he mostrado la cartilla con las citas de radioterapia.

Este mes de abril de 2020 pasará a la historia. Yo desde luego lo recordaré mucho tiempo como algo excepcional en mi vida y en la de muchísima gente. Acabé la quimio unos dias antes del confinamiento y ahora he de ir a tratamiento de radiología todos los dias, no lo puedo interrumpir ahora, incluso con la pandemia. Voy con todas las precauciones recomendadas y un poco de miedo, por aquello de las defensas en mi circunstancia personal.

Vivo a 30 km del hospital. Las carreteras están vacías por completo y en los campos no se ve ni un alma. Cerca ya de la ciudad me cruzo con bastantes ambulancias y muchos coches fúnebres. No llevan flores ni cortejo de acompañantes, solo el féretro de alguien. Me viene a la mente la frase de una poesía de Gustavo Adolfo Becker “¡Dios mío, que solos se quedan los muertos!”.

A pesar de todo, intento ver el vaso medio lleno, incluso diría tres cuartos lleno. Soy muy positiva. Mis hijos y mi familia dicen que soy valiente. La verdad es que he tenido unos espejos muy buenos en donde mirar, mi madre y mi abuela han sido personas fuertes que han marcado mi vida. Una saga de mujeres que salieron adelante en épocas difíciles y nos mostraron el camino a las demás.

Desde mi ventana, en casa, veo los campos y el camino lleno de lirios azules a punto de florecer, el árbol con la caseta de madera en la que juegan mis hijos, el campanario del pueblo y mi gato tumbado al sol.

La quimio ya acabó, las sesiones de radioterapia también acabaran, el pelo volverá a crecer, la quemadura de la piel cicatrizará. Volveremos a reunirnos y sentarnos bajo la acacia toda la familia, y la vida volverá. Diferente, pero valdrá la pena.

La vida es un regalo.


20 Desde mi ventana: Susana

 


Susana.

Todo estaba preparado para el 14 de marzo, sábado. Iba a ser un dia muy especial de mi vida, el más feliz.

Hace ahora más de un mes y todavía me parece irreal. Sé que me quedé en shock y me costaba pensar con claridad.

No nos pudimos casar.

La anulación fue fulminante. Todo el mundo la aceptó con naturalidad y comprensión. A mí me ha costado más. Fue una gran desilusión. Primero lloré. Lloré mucho. Había sido tan complicado organizarlo todo.

La alerta sanitaria y el confinamiento que empezó el dia 13 de marzo, es total en todo el país. Aún seguimos confinados y no sabemos por cuanto tiempo.  El planeta entero está en las mismas condiciones.

Se han anulado todos los eventos y viajes. No circulan coches ni personas por las calles. Se cierran centros comerciales, cines, terrazas, teatros… Toda la vida social y familiar compartida desaparece.  Y los hospitales están llenos a rebosar de gente enferma y personal sanitario desbordado.

Mi boda quedó pendiente, como tantas otras cosas en las vidas de mucha gente.

Ahora, más tranquila, pienso que tengo otra oportunidad. Que se puede volver a empezar y a ilusionarnos de nuevo. Celebraremos la boda en otra fecha, estamos negociando con la sala de banquetes, con la agencia de viajes, con la floristería, con la familia y amigos. Todos queremos seguir adelante, aunque tengamos que cambiar muchas cosas. No será como la habíamos proyectado, seguro que muy distinta, pero lo importante es el amor que sentimos, el deseo de compartirlo con nuestros seres queridos y salir adelante.

Desde mi ventana veo las calles vacías, oigo el silencio, sueño la música, huelo el viento húmedo, toco el cristal frio y dibujo dos corazones enlazados.


19 Desde mi ventana: Vicent


 

Vicent.

La función iba bien. Todas las noches el aforo del teatro se llenaba y salíamos a escena a darlo todo. El teatro es mi vida. Puedo ser cualquier personaje, meterme en su piel, sentir, cantar, bailar, sufrir, reír, vivir la vida de mis otros yo. Es fantástico.

La sala está ahora en silencio y completamente vacía. No se sabe por cuánto tiempo. La incertidumbre me deja una sensación de impotencia y tristeza. Llevamos muchos dias en casa, entre paredes, sin salir a la calle y siguiendo las noticias del confinamiento con verdadera preocupación.

Pero no me quedo cruzado de brazos. Estoy en contacto con mis compañeros. Actores como yo. Hemos decidido reinventarnos y grabamos juntos, cada uno desde nuestra casa, pequeñas piezas que subimos a Internet. De alguna manera el arte tiene que continuar y hacer más llevadero el confinamiento.

He gravado algunos juegos malabares, chistes, magia y canciones para los niños que están ingresados en el hospital. Tengo compañeros que iban a visitarlos, pero ahora es muy complicado y se hace todo por Internet.

Junto a mi pareja, tengo tiempo para escribir y retomar piezas de teatro que tenía aparcadas. Ella también es actriz. La complicidad es total. Cuando todo esto acabe tendremos mucho que decir en el escenario. Esta época está siendo muy creativa.

Desde mi ventana, en un ático pequeño de un edifico antiguo del extrarradio, veo la terraza y las antenas de los edificios cercanos. Cielo y nubes por todas partes. Pero no se ve a las personas. No hay nadie. Acostumbrado al público, esta soledad es extraña. Tenemos la realidad virtual, es cierto, pero no tiene nada que ver con el calor humano, la cercanía, el abrazo, la proximidad, el beso, la sonrisa, el grito, la carcajada.

Desde mi ventana solo hay antenas, nubes y silencio.


18 Desde mi ventana: Joana


 

Joana.

El salón de nuestra casa es, en estos momentos, un océano lleno de peces. Las sabanas, telas, manteles y cojines, así como la mesa y los sillones, no son más que el escenario de este inmenso fondo marino. Jorge, Julio y Guillermo de 1, 4 y 6 años, son por supuesto los peces. Marcos y yo los perseguimos mientras ellos con sus risas y volteretas huyen de nosotros.  Acabo hecha polvo. Cuando al fin se duermen los tres y la casa queda en un relativo silencio noto como mi cuerpo se rebela y me dice que me quede empotrado y sin moverme en el sillón.

Marcos y yo trabajamos desde casa con esto de la pandemia. El teletrabajo es la única manera de poder seguir. A mi primo Josemi que vive solo en una casa bastante grande, le viene de perlas. A mí no me importa, no me quejo, solo que organizarnos nos cuesta un poco más con las tres preciosidades que nos despiertan cada mañana con tanta energía y ganas de jugar.

Jamás hubiera pensado tener tanta imaginación para poder pasar todos estos dias sin salir de casa con ellos. Me ayudan los enlaces de cuentos, manualidades, juegos, canciones y un sinfín de cosas más que intercambiamos por WhatsApp con amigos, pero es agotador y nos tenemos que turnar para trabajar.

Desde mi ventana se ve el cauce del rio lleno de árboles. Los caminos que recorremos cuando salimos a pasear, los jardines, las telas de araña en las que se sube Guillermo, los toboganes y columpios… pero ahora son un lugar inaccesible, tabú, inalcanzable. Hace apenas unas semanas mis hijos jugaban allí. Está todo ahí al otro lado del cristal y sin embargo tan lejos. Me pregunto cómo es posible que de un dia para otro la vida pueda cambiar de forma tan radical. Estoy descubriendo que se puede vivir de otra manera menos agresiva, más amable. Aunque está claro que también necesito tener un poco de espacio para mí.

Cuando todo esto pase ¿podremos compaginar mejor la familia y el trabajo? ¿o volveremos a dejar de lado lo importante? ¿sabremos priorizar?

La vida es imprevisible y pasa tan rápidamente. Así que voy a vivir el aquí y ahora con toda la intensidad que pueda. Voy a disfrutar de la infancia de mis hijos, a perseguir mis sueños y amar como si no hubiera un mañana.