Fernando.
He terminado el recorrido por hoy. No me he tenido que preocupar del tráfico.
Iba prácticamente solo por las avenidas completamente vacías. Me he cruzado
solo con algún vehículo de la policía y tres ambulancias. Por las estrechas
calles del barrio tampoco circulaba nadie.
La emergencia alimentaria, que ya era evidente
antes de la pandemia, se ha mostrado mucho más dura ahora. En las últimas dos
semanas hemos atendido aproximadamente a 90 familias. Hoy llevaba cerca de 100
kg de alimentos, entre comida preparada, fruta y verdura.
Antes del confinamiento solían pasar por el
comedor social personas sin hogar o con escasos recursos, algunas venían de
barrios bastante lejanos, pero ahora, además, se ha de atender a un nuevo grupo
de gente. Al no poder salir de sus casas hemos de llevar la comida nosotros,
los voluntarios. Suelen ser familias con niños, que se han quedado sin trabajo,
o están en un ERTE, y que ya tenían un nivel económico bajo.
Muchas de ellas trabajaban en hostelería,
construcción, servicio de limpieza doméstica o eran autónomos en pequeñas
empresas familiares y ahora se han de quedado sin recursos.
El ayuntamiento y los servicios sociales se
han preocupado por reubicar a los sin techo que solían recoger los alimentos en
nuestro centro.
Cuando reparto comida a las nuevas familias, no
puedo evitar notar esa especie de vergüenza social que sienten cuando se ven
obligadas a hacer uso de las ayudas para poder comer. Intento quitarle
dramatismo. Les hablo con toda la amabilidad que puedo, incluso gasto alguna
broma.
Alguien me dijo un dia que tenía que elegir
entre alquiler o comida y que jamás habría pensado que se vería en esa
situación. Es muy duro oír eso y pensar que le puede pasar a cualquiera.
Desde mi ventana miro la magnífica puesta de
sol sobre los tejados de la ciudad y trato de no pensar en lo dura que es la
vida. Pero por difícil que sea hemos de ir hacia adelante siempre.
Saldremos de esta juntos.
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