Cristian.
El restaurante
estaba a punto. La inauguración prevista para el día 13 de marzo. Esperábamos
el fin de semana con ilusión, la despensa y las neveras llenas. Seriamos dos
camareros en la barra y tres en las mesas, en la cocina dos personas más y la
dueña supervisando todo, ocupándose de la caja y echando una mano donde hiciera
falta.
En la televisión
apareció el presidente del gobierno anunciando el estado de alarma por una
pandemia muy peligrosa que recorría el país y que amenazaba con colapsar la
sanidad. La única solución era el confinamiento total, drástico a rajatabla, de
toda la población. Lo primero que pensé fue en las gambas frescas. No me
preguntes porqué ¿Qué íbamos a hacer con tantos kilos? Congelarlas, claro.
Después fui repasando el resto de los productos que teníamos preparados para la
inauguración. Dulces, bebidas, fruta, carne, pescado, verduras… imposible
guardarlo todo.
Me consolé
pensando que solo era un atraso de quince días. Luego fueron muchos más.
Todavía no había
formalizado mi contrato de camarero, así que me encontré en casa sin trabajo,
sin dinero y con la moral por los suelos. Mi pareja tampoco tiene trabajo.
Tenemos dos chiquillas preciosas que nos alegran la vida con sus abrazos y sus
risas. No quiero que sepan la angustia que estoy pasando al tener que pagar el
alquiler y la comida con tan pocos ahorros.
No sé qué voy a
hacer.
Estoy en casa
desesperado y no encuentro la manera de salir adelante.
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