diumenge, 30 d’agost del 2020

32 Desde mi ventana: Dani



Dani. 

Estamos en casa, confinados, sin poder salir hace más de 40 dias. Nunca hubiera imaginado que, en estas circunstancias, tan dramáticas para mucha gente, llegaría a estar tan feliz.

Esta parada inesperada de la vida me ha regalado algo que apenas tenía. Tiempo.

Ana tiene cinco meses. Estoy completamente loco con ella. No tenía ni idea de lo que se podía sentir al ser padre de una personita tan dulce. Ahora vivo en el planeta Ana, en una galaxia que existe únicamente dentro de nuestra casa.

Mi vida, como la de mucha más gente, ha dado un vuelco, pero me ha servido para darme cuenta de lo verdaderamente importante.

La alarma decretada por este virus tan agresivo obliga a todo el mundo al aislamiento social y ahora es imposible trabajar. Hemos cerrado la agencia temporalmente.

No puedo practicar el kitesurf como suelo hacer habitualmente. Sentir la libertad cuando el viento y las olas te empujan hacia el cielo. No importa. Ya volveremos al mar de nuevo y Ana vendrá conmigo. 

También aprovecho para organizar papeles, albaranes, facturas, revisar equipos y reorganizar la página web de contacto para los futuros clientes.

Desde mi ventana, se ven las paredes blancas de las casas vecinas llenas de buganvilla, mimosa y hiedra.

En el patio de casa, bajo la parra, he colgado una hamaca. Tomo a mi pequeña en brazos y la coloco sobre mi pecho. Meciéndonos suavemente y tocando la armónica, se queda dormida.  

No puedo estar mejor en ningún otro lugar.

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