Dani.
Estamos en casa, confinados, sin poder salir hace
más de 40 dias. Nunca hubiera imaginado que, en estas circunstancias, tan
dramáticas para mucha gente, llegaría a estar tan feliz.
Esta parada inesperada de la vida me ha
regalado algo que apenas tenía. Tiempo.
Ana tiene cinco meses. Estoy completamente loco
con ella. No tenía ni idea de lo que se podía sentir al ser padre de una personita
tan dulce. Ahora vivo en el planeta Ana, en una galaxia que existe únicamente dentro
de nuestra casa.
Mi vida, como la de mucha más gente, ha dado
un vuelco, pero me ha servido para darme cuenta de lo verdaderamente
importante.
La alarma decretada por este virus tan
agresivo obliga a todo el mundo al aislamiento social y ahora es imposible
trabajar. Hemos cerrado la agencia temporalmente.
No puedo practicar el kitesurf como suelo
hacer habitualmente. Sentir la libertad cuando el viento y las olas te empujan
hacia el cielo. No importa. Ya volveremos al mar de nuevo y Ana vendrá
conmigo.
También aprovecho para organizar papeles,
albaranes, facturas, revisar equipos y reorganizar la página web de contacto
para los futuros clientes.
Desde mi ventana, se ven las paredes blancas
de las casas vecinas llenas de buganvilla, mimosa y hiedra.
En el patio de casa, bajo la parra, he colgado
una hamaca. Tomo a mi pequeña en brazos y la coloco sobre mi pecho. Meciéndonos
suavemente y tocando la armónica, se queda dormida.
No puedo estar mejor en ningún otro lugar.
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