Vicent.
La función iba bien. Todas las noches el aforo
del teatro se llenaba y salíamos a escena a darlo todo. El teatro es mi vida.
Puedo ser cualquier personaje, meterme en su piel, sentir, cantar, bailar,
sufrir, reír, vivir la vida de mis otros yo. Es fantástico.
La sala está ahora en silencio y completamente
vacía. No se sabe por cuánto tiempo. La incertidumbre me deja una sensación de
impotencia y tristeza. Llevamos muchos dias en casa, entre paredes, sin salir a
la calle y siguiendo las noticias del confinamiento con verdadera preocupación.
Pero no me quedo cruzado de brazos. Estoy en
contacto con mis compañeros. Actores como yo. Hemos decidido reinventarnos y
grabamos juntos, cada uno desde nuestra casa, pequeñas piezas que subimos a
Internet. De alguna manera el arte tiene que continuar y hacer más llevadero el
confinamiento.
He gravado algunos juegos malabares, chistes,
magia y canciones para los niños que están ingresados en el hospital. Tengo
compañeros que iban a visitarlos, pero ahora es muy complicado y se hace todo
por Internet.
Junto a mi pareja, tengo tiempo para escribir
y retomar piezas de teatro que tenía aparcadas. Ella también es actriz. La
complicidad es total. Cuando todo esto acabe tendremos mucho que decir en el
escenario. Esta época está siendo muy creativa.
Desde mi ventana, en un ático pequeño de un
edifico antiguo del extrarradio, veo la terraza y las antenas de los edificios cercanos.
Cielo y nubes por todas partes. Pero no se ve a las personas. No hay nadie.
Acostumbrado al público, esta soledad es extraña. Tenemos la realidad virtual,
es cierto, pero no tiene nada que ver con el calor humano, la cercanía, el
abrazo, la proximidad, el beso, la sonrisa, el grito, la carcajada.
Desde mi ventana solo hay antenas, nubes y
silencio.
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