Nuria.
Hoy les contaré el cuento de la rana que
quería volar.
Mañana prepararé la canción del arco iris. Estoy
segura de que les va a gustar.
Les recitaré el pequeño poema del caracol: “El
caracol bosteza, se estira, se despereza. Saca un ojo y ve una flor. Estira el
otro y tropieza. Lo esconde rápidamente. La flor sonríe prudente”. Y este otro
también: “El caracol va mojando con la baba su camino y detrás se va quedando
un hilo de plata fino”.
Necesito contar, recitar, cantar, reír y
mostrar a los pequeños que la vida es preciosa. Un regalo.
Preparo la cámara, enfoco bien. A mi alrededor
coloco los objetos que necesitaré ir mostrando para ilustrar la historia de hoy,
peluches, libros, imágenes, láminas, sombreros, abanicos, paraguas, cestas, pelucas,
mil y un cachivache que pueda servir para llamar su atención.
Son pequeños y no entienden lo que está
pasando. No van a la escuela, no salen de casa, no juegan en los columpios. No
saben nada del virus que invade el planeta en este abril 2020.
La escuela y las familias están desbordadas.
Mi idea es ayudarlas en su tarea. Me consta que las maestras trabajan duro para
salir adelante y las familias también.
Soy cuentacuentos y sé que puedo aportar mi
granito de arena con los pequeños videos que estoy preparando.
Desde mi ventana puedo ver al fondo las
montañas azules. Detrás de ellas sé que está el mar. Tengo ante mi vista un pedazo enorme de
cielo, nubes blancas y golondrinas revoloteando. Los tejados de las casas del
pueblo y la cúpula de la iglesia. Puedo dejar volar la imaginación y entrar en
las casas de los pequeños para susurrarles que todo va a ir bien.
¡Vamos a cantar, a reír y a jugar!
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