diumenge, 30 d’agost del 2020

36 Desde mi ventana: Laia



Laia. 

El terrible dolor de cabeza me duró tres dias. Después ya fue más soportable, pero empezó la tos y la dificultad para respirar. Creí que era un resfriado fuerte. Aunque ya había oído hablar del virus, no imaginé que tuviera nada que ver conmigo. Pensaba que no había estado en ningún sitio de riesgo y todavía no se habían tomado las medidas oficiales de confinamiento.

El primer dia que me sentí mal no pude ir a trabajar, eso evitó que yo transmitiera la enfermedad a mis compañeras y a los alumnos.

El dolor del pecho, y la sensación de no poder respirar se hacían cada vez más agobiantes. La tos no me dejaba dormir. Cada dia estaba más agotada y la avalancha de noticias que se oían en todos los canales de televisión me abrumó.

Cuando supe que la mayoría de mis amigos también estaban como yo, me entró el pánico. Tuve la certeza de que todos nos habíamos infectados con el Covid 19. No llego a comprender cuándo ni dónde pudo ser, pero efectivamente así fué.

Marina llegó a estar ingresada en el hospital bastante grave. Yo pasé la enfermedad en casa con grandes dificultades, a cientos de kilómetros de mi familia, sola y asustada.

El equipo médico del centro de salud que me atendió fué estupendo, les estoy muy agradecida. Me llamaban todos los dias, me daban pautas a seguir, indicaban la medicación que debía tomar y me animaban. Sabía que estaban ahí al otro lado del teléfono para todo lo que necesitara. Desde ese instante no me sentí nunca sola.

Pasé a formar parte de los miles de pacientes que se contabilizaban como infectados en todo el país.

Mi madre me llamaba continuamente por videoconferencia, pero no podía hacer nada por mí. Solo esperar que me recuperara. 

Desde mi ventana puedo oír los aplausos, las canciones y las palabras de ánimo de los vecinos.

Estoy mejor pero no tengo fuerzas ni para asomar la cabeza.

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