diumenge, 30 d’agost del 2020

30 Desde mi ventana: Carlos



Carlos. 

Desde mediados de marzo esto es un no parar.

No tengo ni un minuto de sosiego.

Entran y salen constantemente equipos de urgencias con enfermos a los que hay que diagnosticar y ubicar. No paro de recorrer pasillos empujando camas y sillas con ruedas para dejarlos en el lugar que les corresponde, UCI, boxes, planta… trasladando de un lugar a otro a todo tipo de pacientes, la mayoría ancianos, pero también gente joven.

Soy de complexión fuerte, pero os aseguro que no he tenido nunca un cansancio físico y mental tan grande como este en todos los años de mi vida como celador en el hospital. Y no soy el único que siente lo mismo.

Los equipos médicos están desbordados y agotados. Ha sido necesario un cambio drástico en la estructura y organización del centro hospitalario para acoger todos los nuevos casos que nos llegan con síntomas de Covid 19.

Se han suspendido muchas consultas externas, pruebas médicas y operaciones quirúrgicas. A los enfermos que han de seguir tratamientos contra el cáncer, diálisis u otras patologías graves, teniendo en cuenta su vulnerabilidad, se les ha habilitado zonas del hospital alejadas del contacto con el virus.

El equipo de protección que debemos llevar dificulta el trabajo. Sudo un montón, pero pienso que lo tienen mucho peor los equipos médicos.

Intentar poner una vía en las venas de una persona llevando dos pares de guantes y mascarilla, sin el tacto y la visión necesaria para hacerlo, es un reto constante.

Conozco a varias enfermeras que tienen la cara enrojecida, con marcas y heridas serias en la piel por las gafas de aislamiento y el sudor continuo.

Además, está el miedo constante a contagiarnos y contagiar a la familia. Tengo una pequeña de cinco años, y en cuanto llego a casa quiere que juegue con ella, enseñarme el dibujo que ha hecho o los trabajos del cole, pero sabe que ha de esperar a que me cambie totalmente, me duche y use el gel hidroalcohólico. Toda precaución es poca.

Desde la ventana del hospital, veo un constante goteo de gente que, como yo, se expone continuamente, la mayoría sanitarios y personal de limpieza y mantenimiento, policía, bomberos, reponedores de alimentos, personas fumigándolo todo, ambulancias, coches fúnebres… pero también personas a las que se les ha dado el alta y que, sonrientes bajo la mascarilla, nos saludan con la mano mientras suben al coche que las llevará a casa.

Se despiden felices y agradecidas.

Eso me hace seguir adelante.

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