dilluns, 29 de juny del 2020

17 Desde mi ventana: Rafa




Rafa.


Mi madre no me deja en paz con los videojuegos. 
Llevo más de un mes sin salir de casa para nada. Ella va al hospital todos los días, mi padre también sale a trabajar, conduce ambulancias. Se turnan para que no me quede solo en casa, aunque a veces no lo pueden conseguir. Y entonces es cuando más a gusto estoy, con mi ordenador, la Play y los videojuegos. Entro en Instagram, Facebook, Snapchat, YouTube… el mundo entero puede estar en mi habitación y yo salir al mundo en pijama.

Cuando llegan por la noche a casa cansados, a veces muy serios, me piden que salga ya de mi habitación y deje los juegos. Yo con el Outer Wilds exploro el espacio alrededor de nuestro planeta, es fantástico y en el Luigi’s Mansion 3, los puzles y los fantasmas del hotel me encantan. Dice mi padre que estoy enganchado, que no es bueno para mí, pero yo creo que no me comprenden.

No siempre cenamos los tres juntos, por los turnos que han de hacer, pero cuando estamos todos, no pueden dejar de hablar de su trabajo. Así es como yo me hago una idea de primera mano de lo que pasa fuera, en mi ciudad. Porque las noticias del mundo que veo en Internet son un rollo con tanto Covid. Aunque, aquí en casa no paran tampoco de hablar de lo mismo.

Desde mi ventana solo veo la copa de los árboles de la calle, no pasan coches ni personas. Además, ha estado lloviendo casi todo el tiempo. Pero en mi mundo, estoy superbién. Las videoconferencias con los colegas me hacen pasar un rato genial. Luego están las pelis, y todo lo demás.

Salir a la calle y estar con los amigos es lo único que echo de menos.


 


16 Desde mi ventana: Teresa



Teresa.

Tengo miedo. Lo reconozco. No lo escondo. 
Lo que tengo es miedo. 

Desde que apareció el covid 19 no hago más que buscar información por todas partes, en los canales de televisión, en la prensa digital, en internet, en la radio, en los WhatsApp, sobre todo de mis amigas. Ellas me dicen que estoy obsesionada, que el exceso de información desinforma, que me tome las cosas con más tranquilidad, que soy una exagerada. Lo que tengo es miedo. Simplemente miedo, y mucho.

Desde mi ventana veo todos los dias a la gente que sale a las ocho con las caras sonrientes. Algunos se disfrazan, otros cantan, otros tocan un instrumento, aquella dibuja un corazón, la otra llena de globos de colores el balcón, un anciano baila y aplaude, una niña cuelga un arco iris, el ambiente es festivo, se quiere evitar el dramatismo. Lo entiendo. Hay niñas y niños pequeños a los que animar, jóvenes con su enorme energía vital a los que debemos dar ejemplo de serenidad. Pero yo estoy sola en casa, con 70 años y miedo. Mucho miedo.

Mi perra lo nota. Se acerca y pone su cabeza sobre mis rodillas con una mirada suave y tierna, parece que diga, tranquila, estoy aquí contigo, no te va a pasar nada.

Cuando la saco de noche llevo guantes, mascarilla y un paño de limpieza humedecido con lejía. Vuelvo a casa lo más pronto posible. Casi corriendo. Una vez en casa es todo un ritual. Limpio las patas de la perra, tiro los guantes, dejo la ropa en una bolsa para lavar, me cambio los zapatos y me limpio las manos con gel hidroalcohólico.

Dicen mis amigas que tengo suerte de poder salir a la calle. 

¿Suerte? Yo lo que quiero es huir lejos de este maldito virus, pero está en todo el planeta. Entonces, ¿a dónde ir?

Puede que no tenga derecho a protestar, no soy enfermera, ni médico, ni repartidora, ni recojo contenedores, ni vendo comida, ni tengo que ir al campo a recolectar, ni… ya sé que hay muchas personas expuestas 100 veces más que yo. Les estoy agradecida, de veras. ¡Son tan valientes!

Pero yo sigo con mi miedo.

 


15 Desde mi ventana : Cristian



Cristian.


El restaurante estaba a punto. La inauguración prevista para el día 13 de marzo. Esperábamos el fin de semana con ilusión, la despensa y las neveras llenas. Seriamos dos camareros en la barra y tres en las mesas, en la cocina dos personas más y la dueña supervisando todo, ocupándose de la caja y echando una mano donde hiciera falta.

En la televisión apareció el presidente del gobierno anunciando el estado de alarma por una pandemia muy peligrosa que recorría el país y que amenazaba con colapsar la sanidad. La única solución era el confinamiento total, drástico a rajatabla, de toda la población. Lo primero que pensé fue en las gambas frescas. No me preguntes porqué ¿Qué íbamos a hacer con tantos kilos? Congelarlas, claro. Después fui repasando el resto de los productos que teníamos preparados para la inauguración. Dulces, bebidas, fruta, carne, pescado, verduras… imposible guardarlo todo.

Me consolé pensando que solo era un atraso de quince días. Luego fueron muchos más.

Todavía no había formalizado mi contrato de camarero, así que me encontré en casa sin trabajo, sin dinero y con la moral por los suelos. Mi pareja tampoco tiene trabajo. Tenemos dos chiquillas preciosas que nos alegran la vida con sus abrazos y sus risas. No quiero que sepan la angustia que estoy pasando al tener que pagar el alquiler y la comida con tan pocos ahorros.

No sé qué voy a hacer.

Estoy en casa desesperado y no encuentro la manera de salir adelante.

 


14 Desde mi ventana: Luisa



Luisa


Mi abuelo murió ayer. 

No lo pude ver. Tampoco pude despedirme, darle un último beso en la mano o en la mejilla. Hablarle, aunque no me oyese, decirle cuanto le quería, éramos cómplices en tantas cosas, nos entendíamos con solo un gesto, una mirada, una sonrisa.

No pude acompañarle en los últimos dias, estaba en coma inducido para no tener sufrimientos hasta que su cuerpo dejó de funcionar. Solo el personal sanitario estaba autorizado a entrar en su habitación con extremas medidas de seguridad. Sé que estuvo muy bien atendido y por eso estoy muy agradecida, nunca lo bastante.

Sin embargo, el dolor que siento es tan enorme que parece que mi pecho va a estallar. Busco alguna cosa que me sirva de válvula de escape, alguien o algo a quien culpar, no sirve que me digan que ya era mayor, que es ley de vida, que las complicaciones son habituales a esta edad, que esta pandemia no la esperaba nadie… nada me consuela. Estoy muy enfadada y furiosa con el mundo y no sé qué hacer.

No puede haber desaparecido de mi vida. Así, no.

Desde mi ventana, con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar, veo las de los pisos de enfrente, cerradas, sin vida. En los balcones varios arco iris dibujados. Y si miro hacia arriba, el cielo completamente nublado a punto de llover.

Las nubes van a llorar conmigo.


13 Desde mi ventana: Matilde





Matilde.

El pueblo se ha quedado vacío. 
No se ve a nadie por la calle. 
De los 200 y pico habitantes censados, realmente vivimos aquí menos de la mitad todo el año. 
Los demás vienen y se van.

Hoy parece un pueblo fantasma, pero sigue siendo precioso.

Suelen venir personas de todo el mundo a visitarlo. 

Yo los miro desde mi ventana y me entretengo inventando la historia de sus vidas. Escuchando idiomas incomprensibles. Viendo sus ojos curiosos y caras de asombro ante el túnel que atraviesa la montaña para llegar al castillo.

Todo es silencio. Nadie debe salir de casa. Hay grave peligro de contagio. 
Yo estoy tranquila. Tengo todo lo que necesito. Mis hijos no paran de llamarme y los tengo que tranquilizar. Me traen a casa la medicación o la comida. Ni siquiera tengo que cocinar.

Me froto las manos con el gel hidroalcohólico y limpio con un paño empapado de lejía las cosas que suelo tocar y me pongo la mascarilla cuando vienen a traerme lo que necesito.

Desde mi ventana le grito a Antonio, que está un poco sordo, para que se asome a la suya y charlemos un rato. 
Él está con su hijo que es enfermero y es quien nos cuenta como van las cosas en su trabajo, pero pasa el dia solo.

Tengo 91 años, he visto guerras, hambre, terremotos y sequía, pero también alegría, fiesta, risas y felicidad.

Esto también pasará.

 


12 Desde mi ventana: Marcos




Marcos.


Resistiré erguido frente a todo. Me volveré de hierro para endurecer la piel, y aunque los vientos de la vida soplen fuerte, soy como el junco que se dobla, pero siempre sigue en pie…

Fa, La #m, Re #, Sol #, La #m, Do 7, Fa m …

Los acordes para guitarra los tengo claros. 
La letra me la he tenido que aprender, porque esta canción es de la época de mi madre. Ella se la sabe toda, pero yo no la había oído en mi vida y me pide que a las ocho salgamos al balcón y la cantemos juntos.

El primer dia que la cantamos, me sorprendió la cantidad de gente que coreaba con nosotros el estribillo. Se ha convertido en el himno popular de la resistencia de manera natural. La cantaba el Dúo Dinámico en 1988, y fué Carlos Toro quien escribió la letra. 

Mi madre parece haber rejuvenecido 30 años cuando la canta a voz en grito por la casa.

Con esta situación de confinamiento tengo bastante tiempo para estudiar mis partituras del conservatorio y las de la banda de música, pero la guitarra no es mi especialidad. En fin, hago lo que puedo.

Desde mi ventana, mientras ensayo con el fagot, veo las caras de los vecinos escuchando pacientemente, no se molestan, al contrario, sonríen y me saludan con la mano. 

También veo pasar a veces el coche patrulla de la policía local. Alguna persona con mascarilla, guantes y la cesta de la compra, también pasa rápido por mi ventana. Pero la mayoría de las veces la calle esta silenciosa y vacía. Solo mis notas rompen el sonido del silencio.

Bueno ya son casi las ocho. 

Vamos al balcón.

 


11 Desde mi ventana: Isabel



Isabel


Llevo elaboradas 40 recetas. 

Una por cada dia de los 40 que llevamos de confinamiento.

No se me había ocurrido nunca poner una cámara y grabar los pasos de elaboración para compartirlos con todo el mundo por YouTube, Facebook, Instagram o Twitter, pero mi hijo me ha animado a hacerlo y la verdad es que me ha salvado la vida en esta situación tan complicada.

Cuando acabo mi teletrabajo, me pongo a cocinar. 

No importa la hora, me sirve de relax, de diversión, me mantiene alegre, viva. Hace que me olvide de las dificultades y siento que tengo la oportunidad de ayudar a otras personas y hacer este encierro más llevadero.

Es un reto tener que preparar cosas distintas, que luego nos comemos, ¡claro!   
Unas sencillas y otras necesitan un poco más de elaboración, pero posibles de preparar en cualquier hogar.

Desde la ventana, mis vecinos me comentan como les han salido las magdalenas o el bizcocho. Me sugieren platos nuevos. Platos de cuchara, dicen. 

Siempre he sido un poco cocinillas, es uno de los hobbies que he tenido, pero estaba un poco aparcado. Ahora con esta situación me he lanzado definitivamente.

Mañana he de salir a la compra. 

Aprovecharé para llevar al centro de salud una tarta de chocolate negro con fresas que acabo de preparar. 

Merecen todo nuestro agradecimiento las personas que allí trabajan. Se arriesgan para cuidarnos y lo hacen con toda dedicación. 

Será la manera de mostrar nuestro apoyo. 

Espero que les guste.


10 Desde mi ventana: David




David.


Empiezo los ejercicios como cada mañana. 
No debo perder la musculatura que tanto me ha costado conseguir. El entrenamiento es esencial para mí. Lo necesito como respirar, comer o dormir. Es mi trabajo. Mi vida.

Iba a participar en los juegos olímpicos de 2020 en Tokio, pero me han dicho ya que se suspenden. 

Soy joven, espero que no me afecte demasiado, aun así, esto está siendo difícil de asimilar. Casi cuatro años de trabajo duro que se quedan en el aire. Debo entrenar a conciencia sin perder ritmo. Los músculos han de estar listos, fuertes, en forma para el 2021 puede que entre el 23 de julio y el 8 de agosto si no cambian las cosas.

Tengo algunos aparatos para el entrenamiento, la cinta y la máquina de remo que me regaló Silvana hace justo un mes. No puedo salir de casa y correr como antes, pero creo que con esto conseguiré no perder musculatura ni elasticidad. Tengo que mantener las piernas fuertes, rápidas y resistentes, tobillos sanos y estables, hombros y brazos en forma. 

 La Maratón es una de las pruebas reina en los juegos olímpicos y es mi especialidad.

Se que me falta bastante para llegar al tiempo que consiguió el keniata Eliud Kipchoge el 2018 en Berlín, 2:01:39. Nadie en el mundo lo ha superado. No llego al récord de Julio Rey en el 2006 en Hamburgo, 2:06:52, pero me defiendo bastante bien y no pierdo la ilusión. Conseguir batir mi propia marca, quedar entre los mejores, participar con los grandes del mundo, compartir el ambiente deportivo y viajar a Tokio son sueños al alcance de la mano que ahora se han visto aplazados. Pero no me quiero desanimar.

¿Qué le ha pasado al planeta entero? ¿Cómo ha podido ocurrir una cosa así? Un virus asesino nos ha paralizado por completo. Increíble.

Desde mi ventana, mientras corro sobre la cinta controlando la frecuencia cardiaca, veo a los coches policiales que patrullan la zona, una persona que saca a su perro, un vecino con las bolsas de la compra y poco más. Las calles vacías sin tráfico de coches ni circulación de personas.

Estamos todavía a mitad de abril y parece que esto no acaba. Tengo ganas de gritar, de salir a correr de verdad, no en esta cinta, y de que toda esta pesadilla acabe. Pero también pienso en mi amigo y compañero Jordi. 

Me acaban de decir que está en el hospital. 

No sé nada más.


 


9 Desde mi ventana: Toni



Toni.

El capataz me llama Toni. 
Dice que mi nombre real es difícil de pronunciar para él.

Hoy el campo está a rebosar, los árboles doblan las ramas del peso de la fruta. No sé calcular los miles de kilos que hay, pero sí sé que somos pocos para hacer todo el trabajo. Y la fruta, madura y se debe recoger antes de que se estropee.

Aquí me gustaría a mí encontrarme al tipo de la película que vimos anoche. Un guaperas que trabajaba en la bolsa de EE UU, el perro o el lobo, no lo recuerdo bien. No sé por qué puso esta peli el jefe en la cantina donde cenamos. Con lo que me cuesta a mi ganar un sueldo decente y me veo a esos tipos con sus corbatas, sus drogas y sus fiestas. Me fui antes de que acabase, no lo soportaba.  

Si existen personas que se enriquecen con el sudor y la vida de gentes sencillas, deberían estar perseguidas por la ley.

Yo solo quiero trabajar para vivir y ayudar a mi familia. 
¿Es pedir demasiado? 
El trabajo no me da miedo. Soy capaz de hacer muchas cosas. Aunque aquí la Licencia en biología y agricultura de mi país, no me sirve para nada. Cuando llegué pensaba que sería un buen documento que me abriría puertas, pronto vi que no era así. No importa, lo que me duele es tener que soportar el odio de algunas personas, que ni siquiera me conocen.

Ahora me necesitan. 
Tengo que recoger la fruta para que puedan comer. Se acaban de dar cuenta de que mi trabajo es necesario. No sé cuánto tiempo durará esta situación de encierro en sus casas.

Desde mi ventana veo parte de la plantación. 

Al menos estoy al aire libre, aunque deba llevar máscara y guantes de goma. 

 

 


8 Desde mi ventana: Laura



Laura.

Acabo de grabar el cuento que les mandaré a mis peques.

Cada día, sentada en la alfombra del comedor, convertido en plató de grabación, les ofrezco uno diferente. Los invito a que lean en sus casas. Les mando abrazos y ánimos. Antes preparo las actividades y recomendaciones que mandaré por el grupo de WhatsApp a las familias para que trabajen en casa. Cosas sencillas que se pueden hacer sin demasiada dificultad, pero aun así yo tengo muchas para conseguir que las realicen. Y todavía más para contactar con todas y cada una de ellas.

Cada familia tiene una idea de la educación y unas prioridades distintas, además las circunstancias son muy diversas. En casa de Ana son cuatro hermanos y solo tienen un ordenador que les proporcionó la escuela. Iván en cambio, tiene todo lo que necesita y su familia volcada en ayudarle. Salva, serias dificultades en atención. Luisa es encantadora, pero vive en su mundo especial. Alba llora por cualquier cosa y ahora está asustada, dice su madre que se ha vuelto a hacer pis en la cama y reclama constantemente la atención de su familia.

Con todo este panorama se nos dice que continuemos las clases, que intentemos que sea lo más normal posible.

¿Normal? ¿qué quiere decir normal? 
Llevamos más de 30 días de confinamiento ¿es eso normal?

Se ha puesto en evidencia claramente cuál es el papel de la escuela. 
No es un lugar al que van unas personas de edad temprana, con la mente vacía o semi llena de conocimientos, para que las maestras y maestros los llenemos de conceptos que pueden ser obsoletos en unos años.

La escuela es un lugar de encuentro, lleno de complicidades, donde se acompaña a los niños y niñas para que cada uno descubra su potencial y lo desarrolle al máximo. Para rescatar al indeciso, animar a la tímida, abrir caminos a las mentes, enseñar a pensar, a tener empatía, a descubrir los sentimientos, a conocer las emociones. Aprender y desear que el mundo sea mejor, más humano, libre y justo.

No se puede trabajar todo eso desde la distancia. 
No al menos en estas edades.

Desde mi ventana veo las calles vacías, nadie camina por las aceras, ningún vehículo pasa. En el jardín de enfrente, los columpios no se mueven, no hay niños y niñas jugando como de costumbre.

Y la escuela, también está vacía.  

 


dimecres, 17 de juny del 2020

7 Desde mi ventana: Rosa



Rosa.


He perdido la noción del tiempo. 

He estado tantos días sin estar, que ahora me cuesta bastante volver a la realidad.

Desde la ventana de mi planta veo las ambulancias entrar y salir. 

El personal sanitario parece que sean astronautas o manipuladores de material peligroso, como en las películas o en los reportajes de plantas de uranio radiactivo en las que ha habido una fuga grave, o cuando se manipulan explosivos peligrosos. Siempre en situaciones extremas, extrañas.
Sin embargo, ahora parece habitual. 

Las personas que observo desde aquí llevan mascarillas y guantes. 

Todas.

Las de la planta en la que estuve, llevaban un equipamiento de protección especial para el personal sanitario. Guantes, mascarilla, gafas protectoras, pantallas faciales, batas, delantales, cubiertas para la cabeza y los zapatos. 
Venían tan cubiertas a cuidarme que me cuesta reconocerlas ahora. Solo sus ojos y la voz me resultan familiares.

El dia que salí de la UCI, se colocaron junto al pasillo y un túnel de aplausos me precedió. 

Todo el mundo sonreía, algunos aún con sonrisa, lloraban de emoción. 
Yo solo quería expresar mi más sincero agradecimiento por todo lo que hicieron por mí durante tanto tiempo. 
No supe cómo expresarlo, solo sonreía y levantaba mi mano saludando.

He vencido a la muerte, dicen. 

Fue muy duro, muy complicado. Pero aquí estoy.

 


6 Desde mi ventana : Juan



Juan.


Llevo todo el día recorriendo las calles vacías de la ciudad. 

Nunca hubiera pensado que las vería sin el tráfico denso al que estoy acostumbrado. 
Los conductores impacientes que intentan colarse por cualquier lado, los sonidos del claxon de la gente con prisa, los semáforos en ámbar que parecen la pistola de salida de una carrera en la que nos va la vida, solo para volver a parar otra vez unos metros más adelante, la multitud agolpada en las aceras, y el ruido. 
El ruido que nos envuelve constantemente.

Ahora, el silencio es aplastante, no estoy acostumbrado, solo oigo el sonido del motor de mi nueva furgoneta NV300 de 75KW y 102CV.  

Desde las ventanas veo los escaparates de las tiendas cerradas que siguen anunciando sus artículos. 

Pero nadie camina por las aceras. 

Cerrado por alerta médica, pone en algunos lugares. Los paneles anunciadores de las calles siguen cambiando, pero no hay nadie para verlos. 

Terminaré mi jornada pronto. Ha valido la pena. 
La señora Juana se ha alegrado mucho cuando le he entregado la compra. Igual que Antonio, que quería darme una propina. 
Llaman por teléfono a la tienda, hacen el pedido y yo se lo llevo a sus casas. Así no salen de sus domicilios, evitan el contagio y ayudan a que esto termine cuanto antes.

Yo me expongo, sí. No hay más remedio. Pero he tomado todas las precauciones que indican los sanitarios. 
Termino mi último reparto de hoy y me voy a casa.

Solo veo calles vacías.

 


5 Desde mi ventana: Maria



Maria.


-        ¿Mamá por qué no?
-        Ya te lo he dicho, Maria. Tú ya lo sabes.
-        Pero ¿por qué? Dime. ¿Por qué?
-        Te lo vuelvo a explicar, cielo.
¿Recuerdas los granitos de arena de la playa tan pequeños que se te escapan entre los dedos? Hay un virus muchísimo más pequeño. Es tan pequeño que no lo podemos ver. Puede estar en cualquier parte y si lo tocamos, se mete por la nariz o por la boca, dentro de nosotros y nos hace daño. Mucho daño. Tanto que hasta tenemos que ir al hospital para que nos curen.
-        Vale mami, pero yo quiero ir al parque a jugar. ¿Puedo? ¡Eh! ¿Puedo?
-        Allí también hay peligro de que esté. Ningún niño o niña puede ir. Se pondrían enfermos ya te lo he dicho. Y también sus familias.
-        ¿Y a casa de la abuela? Allí estamos dentro, podemos poner en la puerta un cartel que diga ¡No entres, virus! Que aquí no te queremos.
-        Maria, cariño. La abuela tiene muchas ganas de verte, pero ahora no puede ser. La llamamos por videoconferencia y le contamos lo que vamos a hacer ¿vale? Además, recuerda que hoy vas a cocinar macarrones con el papá y tú tienes que preparar el queso, el tomate, la mantequilla…
-        ¡Yupi, eso sí que me gusta! Y después dibujaré un dinosaurio y una mariposa. Mami ¿nos podemos disfrazar hoy también?
-        Claro. 
-        ¿Y después saldremos a la ventana a aplaudir y cantar? ¿Y veremos los dibujos de la tele? ¿Y me leerás un cuento?
-        El que más te guste.
-        ¡Un beso mami!

 


4 Desde mi ventana: Ana




Ana.

Solo podía darle mi mano a través del guante. Presionar para que notase que estaba allí a su lado, secar las lágrimas que en silencio resbalaban por su cara. Susurrar palabras, estoy aquí, estoy aquí contigo, no estás solo, estoy aquí, repetidas una y otra vez como un mantra.

No pensé que había terminado mi turno, no noté que estaba tan cansada que me habría podido quedar dormida de pie. 
Olvidé que me dolía el alma. 
Olvidé el tiempo y el espacio, mi rabia y mi impotencia. 
Lo olvidé todo durante unos minutos.

Después cuando todo acabó, solté su mano, salí de la habitación y cerré la puerta suavemente.

Ahora, desde mi ventana, las enormes ramas de los árboles de la avenida me parecen brazos que piden mi ayuda con gritos susurrantes. La luz de las farolas les da un color amarillento y mortecino. Cuando salga el sol por la mañana, recuperaran su verdor, pero esta noche todo parece triste. Triste e injusto. 34 años. 
Demasiado joven para morir. ¡Maldita pandemia! ¡Maldito virus! ¡Maldita estupidez humana!

No puedo dejar de llorar.

Volveré a mi turno de trabajo y con el alma rota, ayudaré a los que están luchando por sobrevivir a todo esto. 
Y me enfrentaré al sufrimiento y la soledad de otros. 
Volveré a dar mi mano a quien me necesite y esperaré. 
Recompondré los trozos de mi corazón roto y miraré hacia adelante.

Al final todo saldrá bien.


dissabte, 13 de juny del 2020

3 Desde mi ventana : Luís


Luís.


No puedo más. No lo soporto. Tengo que salir de esta ratonera. Me ahogo.

Los vecinos de abajo se pasan las horas ensayando y tocando la trompeta, y los de arriba, con tres mocosos salvajes que no paran de saltar, correr y dar gritos, me van a volver loco. 
Cuando salen a las ocho todo son sonrisas y canciones y aplausos. 
Yo ni los veo. Joder, no sé por qué tanta parafernalia. Solo quiero que me dejen en paz.

Los billetes del avión encima de la mesilla me recuerdan donde debería estar ahora, lejos de aquí, muy lejos, tomando el sol, con mi cerveza fresca, la playa, los amigos. Planeando este viaje todo un año para que ahora pase esto. Ya es tener mala suerte.

En la televisión el gobierno nos repite por enésima vez que la pandemia no sé qué, que si los muertos, que si el estado de alerta, que el confinamiento… que se vayan a la mierda, joder. 
Yo quiero salir, correr, largarme, no quedarme aquí mirando las paredes de este cuchitril. 
Si al menos viviera en una casa con una ventana a la calle, pero no, aquí es todo interior. Como mucho puedo asomarme al tragaluz del patio, y eso todavía deprime más.  

Esta tarde bajaré a hacer la compra. Creo que voy a llenar la cesta solo con cerveza, patatas fritas y palomitas. Me sentaré frente a la Tablet y veré de un tirón los episodios de Star Wars que me apetezcan.

Que no me llame nadie, ni mensajes, ni WhatsApp, ni videoconferencia. Me pondré los cascos y me aislaré del mundo por completo. ¿No es eso lo que quieren?

Al final saldré. Lo sé. Y cuando salga de esta …

 


2 Desde mi ventana : Pepe




Pepe.


La ventana es pequeña, pero todas las mañanas soleadas, llena el interior de mi pequeño estudio con un rayo de luz blanca. 
Me entretengo a veces mirando las diminutas, casi microscópicas, motas de polvo revoloteando. Soplo para ver cómo se mueven hasta que vuelven a caer lentamente.

Hoy, llevo más de 30 dias sin ver apenas el sol, no ha parado de llover o de estar nublado. Tampoco oigo las risas de los niños y niñas cuando van a jugar. Las palomas, a las que suelo poner alpiste, pan y algunas semillas, son las únicas que vienen a visitarme.

Las calles están completamente vacías. Todo el mundo está encerrado dentro de sus casas. No solo aquí en mi ciudad sino en todos los pueblos y ciudades del mundo. Parece una película de ciencia-ficción, pero no, es real, completamente real.

Un virus extraño está atacando a las personas de manera brutal. Ya llevan contabilizadas 211.000 vidas en el mundo y más de 3 millones de contagios.

El miedo intenta apoderarse de los corazones y de la razón.

Desde mi soledad y con la experiencia de mis 95 años, estoy tranquilo. Se que casi todo se puede superar. Digo casi, porque la ausencia de Isabel me cuesta muchísimo, de hecho, ya no intento superarla, imagino que está aquí a mi lado, hablo con ella, le cuento lo del coronavirus y veo su cara de extrañeza preguntando ¿corona qué?

A las ocho asomaré mi cabeza por la ventana. 
Aplaudiré junto a mis vecinos por todas las personas que están ahí fuera cuidando de todos. Oiré las canciones de la vecina del quinto que tiene una voz prodigiosa, llevo aquí 40 años y no sabía ni su nombre, después cada uno volverá a entrar en sus casas hasta mañana. 

1 Desde mi ventana: Lupe



Lupe.


Aprendí muy pronto a ser feliz con poco.

¿Conoces esas burbujas de cristal, con un paisaje idílico que agitas y hace caer nieve, flores o papeles de colores? Ahora estoy así, en el interior de una burbuja de cristal.

Desde mi ventana veo un cielo azul claro, con pequeñas nubes blancas, como de algodón. A mi lado, una persona muy valiosa en mi vida teclea en su ordenador, solo he de volver la cabeza y ya tengo su sonrisa.

En cualquier momento me puedo conectar para hablar con mis hijos, con mi hermana, los amigos, la familia.

No necesito nada, todo es sencillo, simple, fácil.

Pero la vida, fuera de esa burbuja, ha dado un vuelco.

De pronto, todo el planeta está siendo atacado y miles de personas están perdiendo su vida antes de lo previsto. Tú o yo misma podemos ser una de ellas.

Desde mi ventana, solo hay cielo azul y golondrinas revoloteando, no veo las camas de los hospitales, el dolor, la muerte en soledad, no veo el cansancio de las personas que no paran de trabajar para que salgamos adelante, las mascarillas, el sufrimiento, pero sé que todo eso está ahí y no puedo hacer nada por evitarlo. También veo abnegación, ayuda, altruismo, ganas de vivir, música, color, gritos de ánimo y risas de niños.

Me imagino el planeta Tierra como una frágil canica, cada vez más diminuta en el espacio, y nosotros como simples granitos de arena de la playa.
Pero esos diminutos granos de arena son muy valiosos. Cada uno con su historia personal llena de emociones. Vidas que merecen un mundo mejor. Un planeta mejor. Un presente mejor. Un futuro mejor.

Es verdaderamente imprescindible reflexionar sobre qué vida tenemos y qué vida queremos. La Naturaleza no nos necesita. Nosotros a ella sí.

Tenemos una gran oportunidad. ¡Podemos cambiar tantas cosas!

¿Seremos capaces?