Javier.
He apartado los muebles del salón para tener
suficiente espacio.
La cámara de video ya está preparada para
grabar.
La música lenta comienza a sonar y nuestros
pies juntos, inmóviles, se preparan para el diálogo. Primero lentamente,
avanzando, retrocediendo, entrelazándose, dando giros suaves y volviendo a
quedar juntos frente a frente.
Hemos tenido que cerrar la academia
temporalmente. La pandemia de Covid 19 ha obligado al país entero a quedarse en
casa. Maria y yo seguimos bailando en el salón. El baile forma parte de mi
vida. Es importantísimo para mí.
Desde mi ventana veo las farolas de hierro y
los balcones con macetas de mi estrecha calle. El sol apenas entra un momento
por las mañanas. Es un lugar tranquilo, poco transitado. Ahora desde luego,
solitario.
En el pueblo, la casa de mi infancia me
espera.
El prado con su nogal y la mesa rústica de
madera bajo sus ramas. La pequeña alberca donde me bañaba de niño, y el aire
limpio con olor a hierba.
Si lo hubiera sabido antes habría pasado allí
el confinamiento. Hablan de que habrá fases de desescalada en las que ya se
podrá circular de nuevo. En cuanto pueda
iré al pueblo.
Bailaré con los pies descalzos sobre la
hierba.
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