diumenge, 30 d’agost del 2020

40 Desde mi ventana: Víctor



Víctor. 

Como siempre, recibimos los avisos y nos presentamos en el lugar para hacernos cargo del cuerpo de la persona fallecida. Pero ahora la situación es anómala.

Tengo 50 años y he trabajado toda mi vida en esta empresa. Mi abuelo fabricaba féretros, mi padre amplió la fábrica y añadió los seguros de decesos y yo continuo su labor.

Mis hermanos y yo jugábamos de pequeños al escondite en la nave donde mi abuelo tenía la exposición ¡Imaginad el escondite ideal para nosotros!

Una vez estaba solo y aburrido y me dormí dentro de una de las cajas aterciopeladas y blanditas, mi familia no me encontraba y alertaron al vecindario, todo el mundo me estaba buscando por los lugares más raros y lejanos, cuando desperté y salí de la fábrica, no comprendí qué estaba pasando, solo recuerdo a mi madre que primero me abrazó llorando hasta casi asfixiarme. Después vino la reprimenda, claro.

Para mí el nacimiento y la muerte forman parte de un ciclo natural. Lo he vivido desde la infancia.

Durante estos dias del covid, los avisos han sido constantes. Los viajes a hospitales o residencias eran diarios, lo que cambiaba era el escaso número de familiares y la falta del homenaje que se suele hacer en la despedida de un ser querido. Las normas de precaución son estrictas y se deben aceptar. No había flores, ni amigos, ni actos religiosos o sociales, ni discursos…

Todas las personas fallecidas han tenido un proceso y se han seguido los protocolos. Tengo las fichas de cada una de ellas, sin embargo, tengo un sentimiento extraño, un dolor especial que no había sentido antes de esta pandemia.

Ha quedado una urna sin que nadie la reclame. Es la de Elena.

No sé qué puede haber pasado. ¿No tenía familia? ¿La están buscando en otro lugar? ¿Vivía sola sin parientes ni amigos? Voy a investigar para resolverlo.

En su ficha dice que tenía 35 años y trabajaba cuidando a una anciana de 85. Llegó de un país al otro lado del Atlántico. Buscaré la agencia que la colocó y averiguaré si se lo han notificado a su familia. 

Desde mi ventana, me gustaría poder ver el paisaje rural de la casa de mi abuela, el monte, los prados, el rio y el camino lleno de lirios. De todas maneras, el paisaje urbanita que veo no está mal, la rotonda con la escultura moderna, los pinos, las flores y la fuente, lo único distinto es que siempre está a rebosar de tráfico y ahora no se ve a nadie.

 

 

39 Desde mi ventana: Roberto


 

Roberto.

Sé que me encontraba muy mal y que tenía mucha fiebre. Marina se quedó en casa con el bebé y yo me fui en taxi a urgencias al hospital porque no podía conducir. Pensé que me darían un tratamiento y volvería a casa enseguida. Sin embargo, me hicieron una PCR y me ingresaron en la UCI.

A partir de ahí ya no recuerdo nada más.

Cuando de nuevo tuve conciencia, me encontré en una cama sin poder moverme rodeado de aparatos extraños y tubos por todas partes. Las personas que se me acercaban vestían de manera rara, no habitual. No sé si fue el efecto de los sedantes, y os podéis reír si queréis, pero lo primero que pensé era que, aunque jamás lo había creído, existían los extraterrestres y a mí me habían abducido. Me entró el pánico y quise levantarme, pero mi cuerpo estaba como pegado a la cama. Apenas tenía fuerzas para mover un dedo. 

Cuando iba a gritar pidiendo ayuda se me acercaron y a través de aquella vestimenta pude ver sus ojos como los míos y su cara sonriente. Aquello no cuadraba con una situación de peligro. Me llamaban campeón y valiente, aunque yo no tenía ni idea de por qué.

Parece ser que estuve en coma inducido 95 dias a causa del covid 19. Cada vez que parecía que mejoraba surgía una nueva complicación, neumonía, insuficiencia renal y fallos cardiacos fueron los más graves. Estuve a punto de decir adiós a este mundo unas cuantas veces, pero parece que no tenía prisa por marchar y me recuperaba de nuevo.

No quiero pensar como lo pasó Marina, con el bebé, sola en casa, sin poder estar conmigo y pendiente en todo momento del teléfono, un dia y otro dia, y yo sin enterarme de nada.

Los extraterrestres del hospital se convirtieron en amables sanitarios que se desvivían por mí. Jamás les podré agradecer su trabajo como merecen.

Ahora estoy en planta. Cuando me den el alta y vuelva a casa seguiré luchando con todas mis fuerzas por seguir adelante.

Desde mi ventana solo veo la luna y las estrellas durante la noche, el azul del cielo y alguna nube durante el dia. No sé a qué altura estoy del hospital, creo que en la planta 9.

Estoy dispuesto a colaborar en cualquier cosa que necesiten de mi para investigar y salvar vidas.

Me he perdido tres meses de la vida de mi hijo, pero podría haber sido mucho peor.

¡Viva la vida!

38 Desde mi ventana: Sonia



Sonia. 

Desde que nació nuestro segundo hijo, las cosas comenzaron a ir mal. Nos pasábamos el dia discutiendo, siempre de mal humor. Todo nos iba alejando poco a poco casi sin notarlo. El autismo de Marc dificultaba nuestra relación, sencillamente su padre no lo pudo aceptar. La dedicación exclusiva y constante que necesitaba lo superó.

Ahora tiene 8 años y aunque yo me siento con fuerzas para seguir adelante, su padre no. La situación ha llegado a ser tan complicada que hemos preparado los papeles de la separación y justo ahora nos llega esto. El confinamiento.

Los dos niños que atender, las necesidades especiales de Marc, el teletrabajo, el poco espacio del piso y nuestros continuos reproches, no favorecen este encierro obligatorio.

Esto se está convirtiendo en un infierno. Mis hijos están sufriendo las consecuencias de la mala relación. No sé cómo voy a resistir.

Ayer bajé a tirar la basura, me llevé a Marc conmigo para que se moviera un poco porque estaba muy alterado. Cuando llegué a la esquina oí gritos desde una ventana, no sabía qué estaba pasando hasta que comprendí que me estaban insultando, primero una y luego docenas de personas desconocidas. La rabia que transmitían era terrible. Si hubieran estado cerca, estoy segura de que me habrían agredido no solo con la palabra. Tuve miedo. Al llegar a casa me puse a llorar.

¿Qué está pasando? ¿Nos estamos volviendo inhumanos? ¿De dónde sale tanto odio?

No tengo superpoderes, esta situación me está agotando, pero sé que tengo que salir adelante, he de hacerlo.

Desde mi ventana veo la avenida con los coches aparcados, el carril bici vacío, los bares cerrados, la autoescuela sin ningún movimiento, la grúa y las obras paradas, solo los semáforos continúan su encendido y apagado monótono para dirigir una circulación inexistente.

Algunas veces, por la noche, cuando todos duermen, me quedo mirando como cambian los colores, rojo, verde, ámbar, rojo, verde, ámbar… respiro hondo y me imagino volando sobre los tejados de la ciudad. Luego camino despacio hacia la habitación donde descansan mis hijos.

Me acurruco a su lado como un gato y espero que llegue un nuevo dia.

37 Desde mi ventana: Alberto



 Alberto.

Todavía no sé cómo pasó. El sentimiento fué creciendo sin darnos cuenta.  Nos encontrábamos siempre muy a gusto juntos. Todo era sencillo y natural. Yo anhelaba cada vez más estar con ella, hacer juntos un montón de cosas.  Comprendí que era la persona que necesito a mi lado para compartir la vida.

Tuve suerte, Cecilia sentía lo mismo.

La beca Erasmus la llevó hace unos meses a la universidad de Bayreuth en Alemania. Este alejamiento forzoso nos ha unido mucho más. Hablamos cada dia y los dos deseamos estar juntos.

Ya ha terminado sus estudios y justamente hoy debía regresar, pero han cerrado el espacio aéreo en toda Europa. No hay vuelos nacionales ni internacionales. Tampoco puede volver por tren o carretera. Hemos de esperar a que acabe la cuarentena impuesta por los gobiernos para prevenir la expansión del virus que se extiende por todo el planeta.

Es posible que se flete un avión para rescatar a las personas que han quedado como Cecilia, aunque después tenga que estar confinada, al menos estará aquí. La espera y la incerteza nos angustia.

No tenemos información más detallada y no sé qué puedo hacer. Solo esperar y hablar con ella por videoconferencia para tranquilizarnos mutuamente.

Estoy deseando abrazarla.

Desde mi ventana veo el callejón de enfrente con su acera inclinada, la hierba creciendo entre las piedras, la humedad de las paredes y en medio de la calle el gato gris de mi vecina sentado tranquilamente ajeno a todo.

Tienen paciencia los gatos. Saben esperar. Está claro que no soy como él porque estoy impaciente por estar con Cecilia.

En el instante en que podamos encontrarnos cara a cara estoy seguro de que el mundo entero desaparecerá para nosotros. Estaremos dentro de una burbuja transparente llena de ternura, armonía, ilusión y felicidad.

36 Desde mi ventana: Laia



Laia. 

El terrible dolor de cabeza me duró tres dias. Después ya fue más soportable, pero empezó la tos y la dificultad para respirar. Creí que era un resfriado fuerte. Aunque ya había oído hablar del virus, no imaginé que tuviera nada que ver conmigo. Pensaba que no había estado en ningún sitio de riesgo y todavía no se habían tomado las medidas oficiales de confinamiento.

El primer dia que me sentí mal no pude ir a trabajar, eso evitó que yo transmitiera la enfermedad a mis compañeras y a los alumnos.

El dolor del pecho, y la sensación de no poder respirar se hacían cada vez más agobiantes. La tos no me dejaba dormir. Cada dia estaba más agotada y la avalancha de noticias que se oían en todos los canales de televisión me abrumó.

Cuando supe que la mayoría de mis amigos también estaban como yo, me entró el pánico. Tuve la certeza de que todos nos habíamos infectados con el Covid 19. No llego a comprender cuándo ni dónde pudo ser, pero efectivamente así fué.

Marina llegó a estar ingresada en el hospital bastante grave. Yo pasé la enfermedad en casa con grandes dificultades, a cientos de kilómetros de mi familia, sola y asustada.

El equipo médico del centro de salud que me atendió fué estupendo, les estoy muy agradecida. Me llamaban todos los dias, me daban pautas a seguir, indicaban la medicación que debía tomar y me animaban. Sabía que estaban ahí al otro lado del teléfono para todo lo que necesitara. Desde ese instante no me sentí nunca sola.

Pasé a formar parte de los miles de pacientes que se contabilizaban como infectados en todo el país.

Mi madre me llamaba continuamente por videoconferencia, pero no podía hacer nada por mí. Solo esperar que me recuperara. 

Desde mi ventana puedo oír los aplausos, las canciones y las palabras de ánimo de los vecinos.

Estoy mejor pero no tengo fuerzas ni para asomar la cabeza.

35 Desde mi ventana: Carme



Carme. 

Nadie pudo asistir.

Las magníficas obras de la exposición estaban ya colocadas en su lugar esperando a los amantes del arte que acudirían a visitar la galería.

El domingo 15 de marzo de 2020 no se hizo la inauguración. No hubo parlamentos, ni coctel de bienvenida.  Ni abrazos de reencuentro, ni saludos alegres. Tampoco las miradas de admiración o complicidad, de asombro o de alegría ante los cuadros. No se escucharon los susurros apagados de las voces con sus comentarios más o menos acertados, ni la música suave del ambiente.

En la sala solo hubo soledad, silencio y un gran vacío.

El confinamiento decretado para frenar y controlar el covid 19 lo paralizó todo.

Organizar una exposición supone un gran esfuerzo, ya que además del trabajo de investigación previo, hay que gestionar, supervisar y dirigir muchas cosas. Cuál va a ser el tema clave, contactar con los artistas, marcar las bases, proponer tiempos de entrega de las obras, hacer la ficha técnica, preparar el catálogo, ver la sala de exposición, revisar los seguros, la temporalización, desembalar las obras, planificar la ubicación adecuada de cada pieza, contactar con la prensa, preparar el discurso de bienvenida…

Varios meses de trabajo se han quedado en nada. El desaliento me pesa, pero he de actuar, hacer alguna cosa. Ante los problemas se puede huir, no hacer nada o marchar hacia adelante. Yo siempre prefiero ir hacia adelante.

Desde mi ventana veo las gotas de lluvia resbalando por el vidrio, los charcos en el suelo de la terraza, los geranios doblegándose por el peso del agua, el jardín lleno de hojas recién caídas y los gatos acurrucados en su rincón favorito. Estoy en un lugar tranquilo que me ayuda a pensar.

Voy a ponerme en contacto con expertos para ver cómo podemos hacer una grabación de las obras y la sala, para ofrecer al público una visita por internet.  

Será una exposición virtual. No tendrá el calor que supone el contacto humano, pero al menos se podrá disfrutar desde casa.

Yo pasearé también por la sala solitaria y silenciosa pero llena de magia, vida y color.

 

34 Desde mi ventana: Miguel



Miguel.

Hoy he patrullado por las calles, como siempre desde que empezó todo.

Mis vecinos esperan la novedad del dia porque cada noche intento hacer algo diferente que les haga sonreír. Pienso sobre todo en los niños y niñas, en las personas que viven solas y en los ancianos.

El primer dia que se me ocurrió hacer algo fué simple, puse a todo volumen la sirena y encendí las luces azules del coche patrulla mientras pasaba por las calles llenas de gente aplaudiendo y saludando desde la puerta de su casa o de los balcones.

A los niños les encantó y a los mayores también.

Otro dia, con un megáfono, puse la canción “Resistiré” que todo el pueblo canta y reconoce como el himno de este confinamiento.

El dia que la señora Lola cumplió 85 años, le llevamos una tarta. Se la entregamos por el balcón y le cantamos “cumpleaños feliz” todos los vecinos. Lola no se lo esperaba. Se emocionó. Nosotros también.

Hay una canción infantil que a mis hijos les encanta. Puse la banda sonora en el altavoz e invité a los niños para que la cantaran y bailaran conmigo. Tuve que repetir esto en muchos cruces de calles. Acabé agotado pero feliz. Los niños y la gente del pueblo también.

Siento el buen rollo y el cariño de mis convecinos. Como policía municipal ayudamos en todo lo que podemos.

Solo tuve que amonestar y hacer entrar en razón, al principio de esta situación de alarma, a una persona que se negaba a cumplir las normas. Alegaba que tenía 83 años y el bicho ya no le podía hacer nada. Aquí en el pueblo lo conocemos todos y sabemos que es un poco cabezota. Me costó hacerle entender que era justo todo lo contrario y que nos ponía en peligro a todos.

Desde mi ventana, cuando acabo el trabajo, miro la fachada de enfrente. Es la casa de una familia de antiguos comerciantes locales. Tiene dos plantas, en cada una de ellas tres balcones con adornos y remates blancos, guirnaldas de hojas y flores, toda ella de estilo modernista. Estas casas son el recuerdo de otra época.

Ahora estamos en un momento difícil, pero estoy seguro de que resistiremos y ganaremos.

Voy a pensar en lo que haré mañana cuando patrulle. Tal vez algo con globos de colores.

Se me ocurre que podría …

 

33 Desde mi ventana: Alicia


 

Alicia.

Mi madre es una heroína.

Ella dice que yo también lo soy. Que formo parte de su equipo por haberla apoyado durante todo este tiempo.

Me explica que todo el personal del hospital, incluida ella, puede trabajar mucho mejor sabiendo que sus hijos los comprenden y ayudan.

Cuando llega a casa agotada, sin ganas de hablar y a veces muy triste, no le hago preguntas. La dejo tranquila y espero que se ponga la ropa cómoda y se siente en el sofá. Entonces me acerco y sin decir nada le acaricio la cabeza con mis manos, ella cierra los ojos y deja que mis dedos se muevan entre su pelo suavemente. Le encanta. A mí me gusta su sonrisa cuando me mira.

Me duele mucho su ausencia y me gustaría que estuviera más tiempo conmigo, pero sé que ahora hay una urgencia médica grave y ella tiene que salvar vidas y trabajar para controlar al virus.

He tenido que quedarme sola en casa muchas veces. Siempre le digo que no se preocupe. Sé que no puedo salir a la calle. Me gusta leer, dibujar y ver la tele. Hago los deberes y después de cenar sabe que me voy a la cama.

Unos vecinos le dejaron una nota en la que se ofrecían para traerle la compra a casa y lo han hecho algunas veces. Son gente estupenda.

Desde mi ventana se ven muchos arco iris dibujados en tela colgando de los balcones, también globos de colores y corazones. La parada del tranvía está vacía, hay pocas personas en la puerta del supermercado, y un señor pasea a su perro.    

Me gustaría mucho poder ver a mis amigas y a mi abuelo. Hace casi dos meses que estamos sin poder salir y he de confesar que este confinamiento a veces se hace largo y aburrido.

Los aplausos y el cariño ayudan a seguir adelante.

Yo solo quiero recuperar a mi madre.

32 Desde mi ventana: Dani



Dani. 

Estamos en casa, confinados, sin poder salir hace más de 40 dias. Nunca hubiera imaginado que, en estas circunstancias, tan dramáticas para mucha gente, llegaría a estar tan feliz.

Esta parada inesperada de la vida me ha regalado algo que apenas tenía. Tiempo.

Ana tiene cinco meses. Estoy completamente loco con ella. No tenía ni idea de lo que se podía sentir al ser padre de una personita tan dulce. Ahora vivo en el planeta Ana, en una galaxia que existe únicamente dentro de nuestra casa.

Mi vida, como la de mucha más gente, ha dado un vuelco, pero me ha servido para darme cuenta de lo verdaderamente importante.

La alarma decretada por este virus tan agresivo obliga a todo el mundo al aislamiento social y ahora es imposible trabajar. Hemos cerrado la agencia temporalmente.

No puedo practicar el kitesurf como suelo hacer habitualmente. Sentir la libertad cuando el viento y las olas te empujan hacia el cielo. No importa. Ya volveremos al mar de nuevo y Ana vendrá conmigo. 

También aprovecho para organizar papeles, albaranes, facturas, revisar equipos y reorganizar la página web de contacto para los futuros clientes.

Desde mi ventana, se ven las paredes blancas de las casas vecinas llenas de buganvilla, mimosa y hiedra.

En el patio de casa, bajo la parra, he colgado una hamaca. Tomo a mi pequeña en brazos y la coloco sobre mi pecho. Meciéndonos suavemente y tocando la armónica, se queda dormida.  

No puedo estar mejor en ningún otro lugar.

31 Desde mi ventana: Cecilia



Cecilia.

En el laboratorio llevamos un ritmo de trabajo frenético.

Tubos de ensayo, placas de Petri, microscopios, portaobjetos, pipetas, probetas, tubos capilares, centrífugas, y ordenadores, son elementos imprescindibles que siempre hemos utilizado pero que se han convertido estos dias en instrumentos de esperanza. 

Vamos contra reloj.

La investigación se ha intensificado. El objetivo prioritario es encontrar la manera de parar el virus Covid 19. Encontrar una vacuna que permita controlar esta pandemia universal y erradicarla.

No es tarea fácil. Las cosas requieren tiempo y justamente eso es lo que no tenemos. Somos muchas las personas en todo el mundo que estamos trabajando para conseguirlo y sé que antes o después lo lograremos.

Compartimos información y avances con científicos y científicas de otros países. Si trabajamos conjuntamente, si cooperamos, todo será mucho más fácil.  Pero hay gobiernos que presionan a sus investigadores para conseguir la vacuna antes que nadie. Quieren ser los primeros en encontrar el tratamiento, como si fuera una carrera en la que hay que llegar a pódium y conseguir la medalla de oro. Me parecería bien si la finalidad de ganar fuera altruista y no para tener el royalty de su comercialización. Eso me parece indignante.

Supongo que el sentido común y la concienciación de que somos una única especie en este planeta hará que todas las personas tengan derecho a la vacuna y no solo las que la puedan comprar. Al menos yo trabajo con esa finalidad.

Cuando llego a casa sigo repasando datos, escribiendo notas y pensando estrategias que comentaré al dia siguiente. Luego busco un poco de tranquilidad. Lleno la bañera, dejo la luz suave y música relajante.

Desde la ventana de mi pequeño estudio, veo la gran explanada, completamente vacía, de la antigua estación de ferrocarril que funcionó más de un siglo y que ahora se ha convertido en la cabecera del trayecto de las líneas del tranvía. El edificio sigue en pie, al fondo, silencioso.

El sol se pone y yo dejo libre mi pensamiento siguiendo las volutas de humo de mi taza de café.

30 Desde mi ventana: Carlos



Carlos. 

Desde mediados de marzo esto es un no parar.

No tengo ni un minuto de sosiego.

Entran y salen constantemente equipos de urgencias con enfermos a los que hay que diagnosticar y ubicar. No paro de recorrer pasillos empujando camas y sillas con ruedas para dejarlos en el lugar que les corresponde, UCI, boxes, planta… trasladando de un lugar a otro a todo tipo de pacientes, la mayoría ancianos, pero también gente joven.

Soy de complexión fuerte, pero os aseguro que no he tenido nunca un cansancio físico y mental tan grande como este en todos los años de mi vida como celador en el hospital. Y no soy el único que siente lo mismo.

Los equipos médicos están desbordados y agotados. Ha sido necesario un cambio drástico en la estructura y organización del centro hospitalario para acoger todos los nuevos casos que nos llegan con síntomas de Covid 19.

Se han suspendido muchas consultas externas, pruebas médicas y operaciones quirúrgicas. A los enfermos que han de seguir tratamientos contra el cáncer, diálisis u otras patologías graves, teniendo en cuenta su vulnerabilidad, se les ha habilitado zonas del hospital alejadas del contacto con el virus.

El equipo de protección que debemos llevar dificulta el trabajo. Sudo un montón, pero pienso que lo tienen mucho peor los equipos médicos.

Intentar poner una vía en las venas de una persona llevando dos pares de guantes y mascarilla, sin el tacto y la visión necesaria para hacerlo, es un reto constante.

Conozco a varias enfermeras que tienen la cara enrojecida, con marcas y heridas serias en la piel por las gafas de aislamiento y el sudor continuo.

Además, está el miedo constante a contagiarnos y contagiar a la familia. Tengo una pequeña de cinco años, y en cuanto llego a casa quiere que juegue con ella, enseñarme el dibujo que ha hecho o los trabajos del cole, pero sabe que ha de esperar a que me cambie totalmente, me duche y use el gel hidroalcohólico. Toda precaución es poca.

Desde la ventana del hospital, veo un constante goteo de gente que, como yo, se expone continuamente, la mayoría sanitarios y personal de limpieza y mantenimiento, policía, bomberos, reponedores de alimentos, personas fumigándolo todo, ambulancias, coches fúnebres… pero también personas a las que se les ha dado el alta y que, sonrientes bajo la mascarilla, nos saludan con la mano mientras suben al coche que las llevará a casa.

Se despiden felices y agradecidas.

Eso me hace seguir adelante.

29 Desde mi ventana: Nuria



Nuria. 

Hoy les contaré el cuento de la rana que quería volar.

Mañana prepararé la canción del arco iris. Estoy segura de que les va a gustar.

Les recitaré el pequeño poema del caracol: “El caracol bosteza, se estira, se despereza. Saca un ojo y ve una flor. Estira el otro y tropieza. Lo esconde rápidamente. La flor sonríe prudente”. Y este otro también: “El caracol va mojando con la baba su camino y detrás se va quedando un hilo de plata fino”.

Necesito contar, recitar, cantar, reír y mostrar a los pequeños que la vida es preciosa. Un regalo.

Preparo la cámara, enfoco bien. A mi alrededor coloco los objetos que necesitaré ir mostrando para ilustrar la historia de hoy, peluches, libros, imágenes, láminas, sombreros, abanicos, paraguas, cestas, pelucas, mil y un cachivache que pueda servir para llamar su atención.

Son pequeños y no entienden lo que está pasando. No van a la escuela, no salen de casa, no juegan en los columpios. No saben nada del virus que invade el planeta en este abril 2020.

La escuela y las familias están desbordadas. Mi idea es ayudarlas en su tarea. Me consta que las maestras trabajan duro para salir adelante y las familias también.

Soy cuentacuentos y sé que puedo aportar mi granito de arena con los pequeños videos que estoy preparando.

Desde mi ventana puedo ver al fondo las montañas azules. Detrás de ellas sé que está el mar.  Tengo ante mi vista un pedazo enorme de cielo, nubes blancas y golondrinas revoloteando. Los tejados de las casas del pueblo y la cúpula de la iglesia. Puedo dejar volar la imaginación y entrar en las casas de los pequeños para susurrarles que todo va a ir bien.

¡Vamos a cantar, a reír y a jugar!

 

28 Desde mi ventana: Javier



Javier.

He apartado los muebles del salón para tener suficiente espacio.

La cámara de video ya está preparada para grabar.

La música lenta comienza a sonar y nuestros pies juntos, inmóviles, se preparan para el diálogo. Primero lentamente, avanzando, retrocediendo, entrelazándose, dando giros suaves y volviendo a quedar juntos frente a frente.

Hemos tenido que cerrar la academia temporalmente. La pandemia de Covid 19 ha obligado al país entero a quedarse en casa. Maria y yo seguimos bailando en el salón. El baile forma parte de mi vida. Es importantísimo para mí.

Desde mi ventana veo las farolas de hierro y los balcones con macetas de mi estrecha calle. El sol apenas entra un momento por las mañanas. Es un lugar tranquilo, poco transitado. Ahora desde luego, solitario.

En el pueblo, la casa de mi infancia me espera.

El prado con su nogal y la mesa rústica de madera bajo sus ramas. La pequeña alberca donde me bañaba de niño, y el aire limpio con olor a hierba.

Si lo hubiera sabido antes habría pasado allí el confinamiento. Hablan de que habrá fases de desescalada en las que ya se podrá circular de nuevo.  En cuanto pueda iré al pueblo.

Bailaré con los pies descalzos sobre la hierba.