Luís.
No puedo más. No
lo soporto. Tengo que salir de esta ratonera. Me ahogo.
Los vecinos de
abajo se pasan las horas ensayando y tocando la trompeta, y los de arriba, con
tres mocosos salvajes que no paran de saltar, correr y dar gritos, me van a
volver loco.
Cuando salen a las ocho todo son sonrisas y canciones y aplausos.
Yo ni los veo. Joder, no sé por qué tanta parafernalia. Solo quiero que me
dejen en paz.
Los billetes del
avión encima de la mesilla me recuerdan donde debería estar ahora, lejos de
aquí, muy lejos, tomando el sol, con mi cerveza fresca, la playa, los amigos.
Planeando este viaje todo un año para que ahora pase esto. Ya es tener mala
suerte.
En la televisión
el gobierno nos repite por enésima vez que la pandemia no sé qué, que si los
muertos, que si el estado de alerta, que el confinamiento… que se vayan a la
mierda, joder.
Yo quiero salir, correr, largarme, no quedarme aquí mirando las
paredes de este cuchitril.
Si al menos viviera en una casa con una ventana a la
calle, pero no, aquí es todo interior. Como mucho puedo asomarme al tragaluz
del patio, y eso todavía deprime más.
Esta tarde bajaré
a hacer la compra. Creo que voy a llenar la cesta solo con cerveza, patatas
fritas y palomitas. Me sentaré frente a la Tablet y veré de un tirón los
episodios de Star Wars que me apetezcan.
Que no me llame
nadie, ni mensajes, ni WhatsApp, ni videoconferencia. Me pondré los cascos y me
aislaré del mundo por completo. ¿No es eso lo que quieren?
Al final saldré.
Lo sé. Y cuando salga de esta …
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