Luisa
Mi abuelo murió
ayer.
No lo pude ver. Tampoco pude despedirme, darle un último beso en la mano
o en la mejilla. Hablarle, aunque no me oyese, decirle cuanto le quería, éramos
cómplices en tantas cosas, nos entendíamos con solo un gesto, una mirada, una sonrisa.
No pude
acompañarle en los últimos dias, estaba en coma inducido para no tener
sufrimientos hasta que su cuerpo dejó de funcionar. Solo el personal sanitario
estaba autorizado a entrar en su habitación con extremas medidas de seguridad.
Sé que estuvo muy bien atendido y por eso estoy muy agradecida, nunca lo
bastante.
Sin embargo, el
dolor que siento es tan enorme que parece que mi pecho va a estallar. Busco
alguna cosa que me sirva de válvula de escape, alguien o algo a quien culpar,
no sirve que me digan que ya era mayor, que es ley de vida, que las
complicaciones son habituales a esta edad, que esta pandemia no la esperaba
nadie… nada me consuela. Estoy muy enfadada y furiosa con el mundo y no sé qué
hacer.
No puede haber
desaparecido de mi vida. Así, no.
Desde mi ventana,
con los ojos hinchados y enrojecidos de tanto llorar, veo las de los pisos de
enfrente, cerradas, sin vida. En los balcones varios arco iris dibujados. Y si
miro hacia arriba, el cielo completamente nublado a punto de llover.
Las nubes van a
llorar conmigo.
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